Día XXII. Griffen. Un idílico (y mundano) monasterio austriaco del que no queremos irnos

Nos levantamos en el monasterio, que es impresionante. Está en Carintia, en el monte, y oficialmente pertenece a Griffen, pero no hay un pueblo tal cual, son casas desperdigadas.
Me voy al bar a tomar un café y hablando con los propietarios me cuentan que es un monasterio cuya construcción comenzó en 1200 pero antes había una iglesia del año 900. En 1768 pasó a manos privadas y ahora pertenece a esta familia.
No queremos irnos de aquí, la verdad es que es idílico, y alargamos la estancia. Además es muy económico, son diez euros por noche.
Nos damos un paseo alrededor del monasterio y aparece un gatito que empieza a seguir a los chavales.
Nos dicen a que a pocos kilómetros, subiendo una pendiente, hay un castillo en ruinas que merece la pena. Nos llevamos algo para un picnic y nos vamos andando. La temperatura es muy alta y estamos bien en las zonas boscosas pero es duro cuando pasamos por tramos de carretera al sol.
En la parte final hay casas más juntas, casi un núcleo urbano, y subimos el último repecho. Es todo muy chulo, las vistas son estupendas y junto a las ruinas del castillo hay un bar.
Por la tarde volvemos al Gasthaus, de verdad que es de película, y ahí sigue el gato. Nos ponen para cenar un plato variado con embutidos, queso, patés, panes, y salchichas. Más unas birras. Nos hace gracia el ambiente.
Los dueños están sentados en una mesa y se acercan los vecinos a sentarse con ellos, se toman algo y se van.
Charlamos con la familia mientras el gato juega con los niños e intanta quitarnos la comida. Nos dicen que del Gasthaus no es y los chavales se lo quieren llevar. Decimos que no, pero ponemos una condición: si está por aquí mañana cuando nos levantemos, a las 5, nos lo llevamos.
Mañana será el turno de Viena.