Sierra de Entzia. Megalíticos al alcance de nuestras botas

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La montaña alavesa guarda pequeñas joyas de nuestra cultura tradicional, de nuestra historia y de nuestra mitología, pero además de todo esto guarda, celosamente, la belleza inigualable de sus montañas, atractivas, evocadoras, que de alguna manera inexplicable nos atrapa a quienes nos acercamos a sus rasos y bosques, a sus cimas calizas, a sus espacios abiertos. Una fuerza invisible, misteriosa, nos impulsa a volver allí una y otra vez, descubriendo, en cada viaje, un matiz diferente en sus telúricas bellezas.

Un rinconcito donde disfrutar de todo esto, comprimido en una zona geográfica chiquita, accesible, es la sierra de Entzia. Ubicada a caballo entre Álava y Navarra, se agazapa en la vertiente oeste de la sierra de Urbasa, siendo una continuación de la misma, mientras que por su lado norte se asoma a los rasos de la Llanada Alavesa. Su acceso más cómodo se realiza desde el alto de Opakua, puerto de montaña al que se puede llegar desde las localidades de Salvatierra-Agurain por su vertiente norte, o desde la de Santa Cruz de Campezo-Kanpezu por la sur. Sea como sea la manera de acercarse hasta allí, nos encontramos inmersos en un espacio natural fantástico, rico en su variedad, que nos ofrece innumerables opciones para disfrutar de sus secretos. Pero hoy te invito a un lugar especial, mágico, bello y cargado de sorpresas, te invito a que me acompañes a los rasos de Legaire, que se ubican en el corazón de la sierra. Un delicioso rinconcito de praderas verdes y acogedoras, agazapado bajo la protección de las cimas de Ballo y Mirutegi, que con su cruz de hierro ejerce de vigía sobre las tierras de la Llanada. Comencemos nuestra ruta, poco a poco, despacito, saboreando como se merece cada pequeño rincón, cada paso que demos en este entorno.

Desde el propio puerto de Opakua, una pista asfaltada se interna hacia el este, en dirección a los rasos de Legaire; en aproximadamente 6 kilómetros llegamos a un aparcamiento donde estacionar el vehículo y calzarnos las botas. Frente a nosotros nace un camino, marcado por las rodadas de los todo-terrenos de los pastores de la zona, esa será nuestra referencia para iniciar nuestro caminar.

Nada más comenzar el paseo se siente la energía del lugar, una calma ancestral nos envuelve, las grandes praderas abiertas a los vientos, los bosques, los mil y un sonidos de la montaña nos susurran belleza, armonía, paz. Me gusta pensar que también los hombres prehistóricos, habitantes de estas montañas, sintieron esa magia que yo siento, mientras dejo que el viento de Legaire acaricie mi cabeza. Estas gentes nos dejaron vestigios de su vida, vestigios que hoy podemos acariciar con las yemas de los dedos, basta con sacudirse la pereza y lanzarse a la seguridad de las montañas.

Enseguida nos topamos, junto al camino, con el dolmen de Legaire, del que tan sólo queda el túmulo, seguimos en dirección a las majestuosas cimas que cierran el horizonte, son Ballo y Mirutegi, que nos llaman desde su telúrica magia, pero hoy queremos descubrir otros secretos de Legaire, así que dejaremos su ancestral llamada para otra ocasión. Acariciando con nuestras viejas botas la verde hierba de las praderas alcanzamos un abrevadero, para llegar, sin prisa, al hermoso menhir de Akarte, la primera de las sorpresas que la ruta nos tiene reservadas. Este monumento megalítico, que forma parte de los muchos que pueblan la zona, esta considerado como uno de los más bellos que podemos encontrar en el entorno, algo que constatamos en cuanto nos acercamos a él. El menhir, situado junto a un espino blanco, fue descubierto por el indispensable José Miguel de Barandiaran en 1919, se encuentra partido en dos trozos, una de las partes del megalito de aproximadamente 0.80 m. esta aún hincada en el suelo, mientras que la otra parte yace a su lado y mide aproximadamente 3 metros.

Impresiona imaginar el tamaño del monolito que, con sus 3.80 metros de altura, sería visible desde muchos puntos de alrededor, sin duda esto sería uno de los motivos por lo
que nuestros ancestros lo colocaron justo en este lugar. Los menhires son en su mayoría construcciones funerarias bajo las que se han hallado cenizas, si bien desconocemos los
rituales vinculados a ellos, datarían de finales del Neolítico y comienzos de la Edad del Bronce. Su nombre procedería del idioma bretón, lengua de origen celta, y lo
compondrían las palabras “maen” que significaría piedra e “hir” que significaría larga.

Algunos menhires presentan grabados, y a otros se le ha querido dar, intencionadamente, una forma antropomorfa, lo que nos hablaría de ídolos o de representaciones de divinidades. En ocasiones, sobre todo en zonas europeas como Bretaña, suelen ser enormes, algunos como el menhir de Champ-Dolent, ubicado en Dol-de-Bretagne, localidad de esta región francesa, alcanza los 9.50 metros de altura. Aun hoy sorprende la forma en que estos hombres del neolítico pudieron levantar estas piedras de toneladas de peso, que han llegado hasta nosotros desde lo más profundo de los tiempos.

Las viejas leyendas de la mitología vasca los vinculan a los gigantes como los jentiles, Sansón o Roldan, atribuyendo a estos personajes su ubicación tras arrojarlos de la cima de alguna montaña con la intención de destruir alguna iglesia o población, pero que tras resbalar en el lanzamiento, el proyectil perdía fuerza y quedaba a medio camino de su objetivo, en el lugar donde hoy los podemos encontrar. Es un sitio impresionante, de una belleza primigenia, las praderas tapizadas de verde, las montañas que lucen orgullosas sus blancas piedras calizas, los milenarios bosques de hayas y espinos, invitan a disfrutar del momento, a vivir cada segundo de nuestro paso por aquí. Pero continuemos, que aún nos esperan más sorpresas por descubrir.

Desde el menhir, abandonamos a nuestra derecha el camino que nos llevaría hacia Ballo y Mirutegi para comenzar una corta subida que vemos claramente frente a nosotros, justo en la cima de la pequeña colina, cerca de la linde del bosque, aparece, como por arte de magia, otra de las joyas de la ruta, el impresionante cromlech de Mendiluze. Da la sensación de que el monumento quisiera pasar desapercibido, allí en su montaña, ninguna ruta pasa junto a él, para conocerlo tenemos que ir explícitamente a conocerlo, a cambio nos regalará una magia especial, sugerente, distinta, telúrica, embaucadora.

Los cromlech son monumentos megalíticos compuestos de varias piedras hincadas en el suelo formando un círculo o elipse, en muchas ocasiones se solapan varios cromlechs y datarían de la Edad del Bronce. El nombre de cromlech tendría su origen en el galés, y estaría formado por las palabras “crwm o crom en femenino” que significaría curvado y “lech” que sería piedra plana, por lo que su significado sería “piedra plana colocada en curva”. Su función era inicialmente funeraria, depositándose en el centro del círculo una vasija con cenizas del difunto, posteriormente se fueron convirtiendo en auténticos santuarios, se dan en las Islas Británicas, Francia, Dinamarca y Suecia y en menor medida en la Península Ibérica. En todo el Pirineo también los encontramos, teniendo lugar un curioso hecho aún sin explicación, los cromlech se dan en la cadena pirenaica de este a oeste, pero al llegar al cordal Adarra-Mandoegi entre Gipuzkoa y Navarra, su expansión se corta bruscamente, dándose en menor medida a partir de este punto, misterios de nuestras montañas. La mitología vasca los enlaza con los Mairuak, de hecho, en varias zonas de la tierra de los vascos, estos monumentos son conocidos como “Mairubaratza”, es decir huerto o cementerio de Mairus. Estos son unos genios de fuerza descomunal, se les confunde en ocasiones con los jentiles, pero la realidad es que estarían más cerca de las lamias, númenes con cuerpo femenino y pies de pato. Pues bien, los Mairus serían algo así como las lamias masculinas, en otras zonas del país se les conoce como “Maindiak, Intxixuak e incluso Mairiak”.

El megalito de Mendiluze se compone de un círculo pétreo de algo más de 10 metros de diámetro, consta de 80 piedras clavadas en el suelo, destacando 4 de ellas de mayor tamaño, que señalarían los 4 puntos cardinales. En el se hallaron restos incinerados de un sólo individuo, y escaso ajuar, lo que llevaría a pensar que podría tratarse de un monumento vinculado a alguna comunidad de pastores. La primera vez que llegué hasta este cromlech, caminaba en solitario envuelto en la neblina, de pronto se fueron dibujando ante mí las formas del monumento, era una visión sublime, misteriosa, profundamente mágica, en la soledad de la montaña, descubriendo estas antiquísimas piedras, que se presentaron ante mi, de pronto, entre la bruma.

Me dejo conquistar por el misterio profundo, solitario de este lugar, me dejo conquistar por la magia de nuestras viejas montañas y de quienes las habitaron, me dejo conquistar por el susurro del viento en el bosque, me dejo conquistar por el misterio de las viejas piedras y de sus secretos, nunca desvelados y profundamente magnéticos. Hay que regresar, despacio retornamos por el camino que nos ha traído hasta aquí, con el regusto de haber conocido uno de las grandes lugares de nuestras montañas, de haber sido partícipes de su legado. Dejamos que las botas, nuestras viejas botas acaricien las praderas eternas de Legaire, mientras damos forma a nuevas rutas por antiguos senderos que acaricien nuestras almas.

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