Ojo de Atxular y Macizo de Itxina. El sobrecogedor laberinto mitológico

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Imaginemos un inexpugnable castillo pétreo, morada de misteriosos seres sobrenaturales, de duendes y de brujas, de animales de fuego terroríficos.
Imaginemos, que, hasta hace relativamente poco tiempo, los pastores y carboneros eran sus reyes, príncipes y vasallos, únicos habitantes de la fortaleza.
Imaginemos un laberinto cárstico entre el bosque, donde los senderos juegan al escondite con el caminante, como si quisieran guardar el secreto telúrico del castillo de la montaña.
Imaginemos un feudo de piedras, hayas, simas y torcas, un feudo del viento libre e indómito.
Imaginemos que tan sólo podemos acceder a este mundo de magia y belleza por una entrada natural, que nos espera secretamente en un rinconcito de la muralla.
Imaginemos que debemos buscar esta entrada, caminando pausada y sabiamente, por frondosos bosques y praderas de horizontes abiertos, como si de un viejo rito iniciático se tratara.
Imaginemos que este acceso, nos descubre un fabuloso universo de magia, de leyendas y viejos cuentos narrados al amor del fuego durante siglos. Un universo de bosques mágicos y cuevas misteriosas, donde la bruma nos susurra su sabiduría arcaica, y el viento acaricia suavemente nuestra alma.

Atractivo, ¿verdad?. Les invito a acompañarme en una pequeña aventura, a dejarnos embaucar por el encanto rudo y salvaje de uno de los lugares más espectaculares de la vieja tierra de los vascos, les invito a descubrir juntos, la magia de Itxina.

Gorbea

Agazapado al abrigo telúrico de la mítica cima del Gorbea, se esconde este paraje sin igual. Itxina es un mundo aparte, un mundo al que acercarse despacito, sin prisas para saborear cada recoveco de su paisaje cárstico, que a modo de laberinto, se interna en el bosque, tras acceder a este fabuloso lugar por una oquedad abierta en la muralla pétrea, conocida como el Ojo de Atxulaur. Una vez dentro, buscaremos entre el caos pétreo la mítica cueva de Supelegor, morada de lamias y de Mari. Caminar por el corazón del laberinto es en sí una pequeña aventura, buscar los pasos entre las piedras, y árboles, dejarse perder en su misterio de siglos. Eso sí, cuando las brumas y nieblas deciden adueñarse del lugar, es mejor retroceder, dejar que la montaña cumpla con su deseo de quedarse a sola consigo misma y esperar otro momento en que decida compartir con nosotros su misterio, Itxina con niebla es impracticable.

Para llegar a este paraje casi surrealista, podemos partir del área de recreo de Pagomakurre, donde podemos aparcar. Para llegar a este lugar, que para muchos de nosotros guarda el recuerdo del viejo refugio que nos acogió en nuestros primeros caminares hacia el Gorbea, accedemos desde la localidad vizcaína de Areatza, ubicada en pleno valle de Arratia. Desde el centro de la localidad, parte una pista asfaltada que nos trae hasta aquí, punto de partida de numerosos paseos hacia la sierra.

Ojo de Atxulaur

Desde el aparcamiento, buscamos en dirección NO, una zona de recreo con mesas a la derecha de la pista. Al final del área de esparcimiento, nos metemos, de lleno, en el bosque y es aquí donde encontramos las primeras señales indicativas de nuestro objetivo, el Ojo de Atxulaur. Seguimos la senda que acaricia los sobrecogedores farallones rocosos del castillo pétreo de Itxina, disfrutando profundamente del caminar, hasta llegar a una zona donde se suceden varios puentecillos de madera. Poco a poco vamos ganando altura progresivamente, y llegamos a un resalte rocoso que ascendemos a modo de escaleras. El sendero continua a la par de un vallado hasta que localizamos un paso que salva la cancela, y nos saca del bosque para dirigirnos ya a terreno despejado. Por una preciosas campas vamos divisando poco a poco el paso en la roca, la mítica abertura que nos dará la opción de sumergirnos en la magia de Itxina, en su belleza dura y telúrica, enigmática y ancestral. Nos situamos a los pies del Ojo de Atxulaur, al que llegamos tras una fuerte subida que salvamos realizando un zig-zag.

Puerta de Atxulaur

Es sorprendente el paraje en que nos encontramos, hacia el interior todo el karst de Itxina, se nos presenta amenazante, a la vez que profundamente embaucador, algo misterioso nos llama a lanzarnos a descubrir cada recoveco del bosque, del laberinto pétreo, de sus leyendas, y misterios. Pero antes nos dejamos acariciar por el viento de la montaña, por la imagen de los valles vizcaínos que se abren hacia el norte, un paisaje de horizontes abiertos y bellos.

El Ojo de Atxulaur, guarda celosamente una vieja leyenda, que como muchas otras en la mitología vasca, nos habla de tesoros ocultos, custodiados por seres terroríficos. Posiblemente, estas viejas historias, se vinculen con los cuentos de la mitología celta, por ejemplo, en la tradición de Galicia, se cuenta que bajo los castros habitan los «mouros», seres míticos que esconden fabulosos tesoros que tan sólo serán mostrados a la persona osada, que se atreva a acercarse a los castros en la noche de San Juan, son siempre, tesoros en forma de saberes trascendentales y conocimiento, nunca riqueza material.

La leyenda de Itxina, nos cuenta:

“En Itxina, existe una cueva, en la que un ladrón guardaba todo lo que había robado en el transcurso de los años. Sucedió que murió lejos, al parecer en Francia, y todo el botín quedó allí en lo más profundo de Itxina. Entonces, vecinos de los pueblos de alrededor, sabedores de las riquezas allí almacenadas, intentaron hacerse con ellas, pero un zezengorri, o toro de fuego, se lo impedía cada vez que lo intentaban. Dicen los viejos cuentos que ese toro era en realidad el alma del ladrón. En estas estaban, cuando llegaron unos forasteros que depositaron en la cueva del tesoro, los huesos del ladrón, inmediatamente el toro desapareció, y los extranjeros pudieron hacerse con las riquezas”.

Tras disfrutar del paisaje del Ojo de Atxulaur, nos dejamos conquistar por la magia de Itxina, rindámonos a sus encantos telúricos y profundamente arcaicos, caminemos pausadamente por sus senderos a la búsqueda de uno de esos lugares que tienen un sitio de honor en nuestra mitología, la cueva de Supelegor. Internándonos en el laberinto, pronto encontramos el desvío a nuestra derecha que nos llevará hasta la caverna, el sendero, bastante pisado, sigue diferentes hitos de piedra, primero en descenso y tras un cómodo tramo, aparece la bella cueva, a la que se puede acceder un tramo provistos de linterna.

Supelegor

En esta caverna, los viejos cuentos de nuestra cultura, sitúan a las lamias, pero también es considerada como morada de Mari, la gran diosa de los antiguos vascos.

Mari se vincula directamente con la Ama Lurra, la Madre Tierra, su propio nombre podría derivar de voces euskerikas como Amara, Amanu, Amu, palabras con raíz Ama (Madre). Las antiguas leyendas nos la presentan como una hermosa mujer habitante de diferentes cuevas, se traslada de morada en morada adquiriendo distintas formas, muchas de ellas relacionadas con el fuego (como hoz de fuego, bola de fuego), el uso del fuego así como el traslado, podría significar renovación, pero también en forma de diversos animales.

Es la principal deidad de la mitología vasca, manda sobre los diferentes genios que habitan en las profundidades, ordena y crea las tempestades que salen de diferentes simas, pozos o lagos. Trae la lluvia o pertinaces sequías, encontramos aquí, por tanto, a Mari representando a las fuerzas de la naturaleza A su morada sólo pueden acceder determinados humanos haciendo referencia a la figura de los iniciados, tan común en las viejas religiones, y siempre siguiendo un estricto ritual. Nunca ha de sentarse en su presencia aún cuando ella nos lo pida, debemos tratarla de tú, es decir en “hika”, debemos salir de su morada tal y como entramos, si entramos de frente saldremos sin dar la espalda a la dama, no debemos coger nada de su morada.
Es conocida con diferentes nombres como Txindokiko Mari en Amezketa, Marimunduko en Ataun, Anbotoko señora en Aia, o Aketegiko dama en Zegama,
Castiga la mentira, el robo, el orgullo y la jactancia, suele decirse que abastece su despensa a cuenta de los que niegan lo que es y afirman lo que no es, quienes pierden sus bienes pasando a manos de la dama. Desea el respeto para las personas y la palabra dada, y premia a quien cree en ella.

En la cueva en la que nos encontramos, las leyendas cuentan que Mari era una niña a la que su madre maldijo, diciéndole: “Ojalá, vueles por los aires tantos años como granos contiene una fanega de alubias rojas”. Desde entonces pasa siete años en Supelegor y otros siete en Anboto.

Retornamos por nuestros pasos hasta dar con la señal junto al ojo de Atxulaur. En este punto se presentan dos opciones, retornar por el sendero por el que hemos venido, o bien seguir dejándonos embaucar por la esencia de itxina, seguir descubriendo cada rinconcito misterioso del castillo. Para ello tomamos en el cruce señalizado en dirección a Arraba, buscando sus bellas campas. Seguimos el sendero, sin perdida siguiendo las marcas rojas que nos indican el camino a seguir, y pasamos junto a una enorme sima justo antes de llegar a una borda de pastores. Junto con los carboneros, fueron durante mucho tiempo los reyes de la fortaleza, nadie, sino estas gente hechas de un pasta especial, osaban adentrarse en la fortaleza mágica y abrumadora. Tras la borda, salimos a una zona de pastos, con preciosas vistas hacia el gigante, hacia el bello y mítico Gorbea, custodiado por su fiel escudero el Aldamin. Descendemos para internarnos en el bosque ubicado en otra zona cárstica, y ascendemos hasta dar con una indicación que nos dirige hacia las campas de Arraba. Continuamos caminando hasta dar con el paraje de Kargaleku, por donde salimos del macizo de Itxina, abandonamos la magia telúrica del laberinto pétreo, de la bella fortaleza. A partir de aquí el sendero busca el camino clásico de ascensión a Gorbea, por una preciosa sucesión de praderas salpicadas de bordas y refugios. Solo resta seguir el camino que nos llevará de vuelta a Pagomakurre, dejando a nuestras espaldas la cima de Gorbea, retornamos sabedores de haber conocido uno de los grandes lugares de nuestra mitología, lanzando miradas cómplices llenas de agradecimiento a la mítica fortaleza pétrea de la montaña.

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