Altsasua. De carnavales, jentiles y tradición

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Una peculiar estampida toma al asalto las calles de la localidad navarra de Altsasua en la tarde del martes de carnaval. Una estampida impresionante, quizás un tanto aterradora, telúrica, fantasmagórica, arcaica, totémica, que hunde sus raíces en lo más profundo de la vieja cultura de las montañas.

Bajo la atenta mirada de las mágicas sierras de Aralar, Urbasa y Andía, extraños personajes se dedican a asustar a quien se acerque a este pequeño pueblo, sembrando el caos y el espanto por sus calles. Es un carnaval que nos ofrece la posibilidad de sumergirnos, de ser participes directos, de un rito heredado de los tiempos neolíticos, en el que, probablemente, el toro sería su principal protagonista. Sus orígenes son totalmente desconocidos, pero sus múltiples personajes, cada pequeño detalle de sus vestimentas y gestos, sus danzas y alaridos, encierran secretos que nos trasladan a tiempos y creencias muy lejanas, a un mundo ya desaparecido.

La ruta que propongo, es una ruta un tanto diferente, una ruta a realizar en una fecha concreta, para poder dejarse embaucar por la magia ritual de estos carnavales sin igual. Tendremos la ocasión de conocer, además, un precioso robledal cargado de historias, y de historia, y bellos parajes en los que los jentiles, esos gigantes mitológicos dejaron su impronta.

La ruta parte de la misma localidad de Altsasua, desde donde debemos buscar la salida del pueblo hacia las piscinas, por la calle Camino de San Pedro, en dirección NE. Por asfalto alcanzamos el área recreativa donde se ubican las citadas piscinas, un excepcional lugar llamado Dantzaleku, donde, a decir, por las viejas leyendas, se reunían las brujas del entorno a realizar sus aquelarres. También nos ofrece la posibilidad de disfrutar de una casa en un árbol, y de un pequeño paseo interpretativo sobre la utilización del robledal en la fabricación de balleneros. Nos metemos de lleno en el magnifico robledal, siguiendo el marcado sendero conocido como Dameroen Bidea (Camino de las Damas), caminamos disfrutado de la magia profunda del robledal centenario. Impresionantes árboles nos acompañan en nuestro deambular por el bosque, caminando sin prisa, sintiendo su esencia, dejando que su energía telúrica inunde todo nuestro ser. El roble era uno de los árboles sagrados para nuestros antepasados, así como para otras culturas antiguas. Este impresionante árbol fue tenido por una deidad, posiblemente de este ancestral culto a los árboles, derive la figura del Basajaun (señor del bosque), que en su origen pudo estar vinculado a un culto arbóreo o al bosque, que derivó en la figura del genio, a lo largo del tiempo. Los robles, han sido árboles de concejo, bajo sus protectoras ramas se reunían los hombres y mujeres para sellar sus pactos, tratos,… y la palabra dada bajo ellos era sagrada. Para los celtas, fue uno de sus arboles principales, de hecho, en el antiguo calendario arbóreo de este pueblo, el roble ocupa el plazo de tiempo comprendido entre el 17 de abril y el 15 de mayo, el 1 de mayo se celebraba la importante fiesta de Beltaine, vinculada al fuego. El nombre druida, proviene de la forma de llamar al roble en gaélico, Druir, lo que da constancia de la enrome importancia que tuvieron estos árboles para esta vieja y magnética cultura.

Fuego ritual

Saboreando toda esta esencia ancestral, telúrica, enigmática del robledal, seguimos caminando, entre el bosque sale a recibirnos la preciosa ermita de San Pedro, un humilde pero bello templo, que marca la frontera entre los municipios de Altsasua, al que pertenece la puerta principal, y Urdiain, del que son el altar y la puerta lateral. La tradición nos cuenta que aquí fue coronado el primer rey de Navarra García Ximénez, como reza una inscripción en su fachada, hecho no confirmado por los historiadores.

Continuamos nuestro caminar disfrutando de la magia del robledal, siguiendo por la parte trasera de la ermita hasta un cruce en el que debemos tomar el camino hacia nuestra izquierda. Este camino nos lleva directamente al precioso valle de Sarabe, nos acercamos hasta la preciosa ermita de Aitziber, ubicada en una isla de árboles en mitad de un prado junto a un caserío. Desde la propia ermita vemos en lo alto de las peñas el conocido como Jentileio, la ventana de los jentiles. Una vieja leyenda de nuestra mitología nos cuenta lo sigiuiente:

Jentileio

“En Jentileio, vivió el último de los jentiles, a quien le debían levantar los parpados con una pala de horno para que pudiese ver las estrellas. En una ocasión, tras haber observado los astros, exclamó:
– se ha extinguido la raza humana y ha llegado la perruna”, aludiendo a la decadencia del paganismo y la llegada del cristianismo.”

Retornamos por el mismo camino, sabedores de los viejos cuentos de nuestra vieja cultura, de la magia telúrica y arcaica del robledal, y del magnetismo de las viejas historias.
Una vez en Altsasua, nos toca disfrutar de su bello e impresionante carnaval.

A punto de salir

Los protagonistas principales del carnaval de Altsasua, y también los que primeros que llaman la atención del visitante, son los “momotxorroak”. Es este un personaje totémico de aspecto taurino, impresionante, profundamente aterrador, sobrecogedor, cuyos orígenes son desconocidos. Su nombre podría derivar del dios Momo, quien en la mitología griega representaba el sarcasmo y las burlas, pudiéndose enlazar, quizás, con el dios romano Marte. Estos personajes, se asemejan a otros que se dan en diversos carnavales de la vieja Europa, como los de Cerdeña o Bulgaria. Más cerca de casa, encontramos similitudes en carnavales rurales, que tienen lugar en diferentes puntos de la cornisa cantábrica, en Galicia, por ejemplo, son llamados “zamarreros”, en Asturias “zamarrones” y “guiros” y “campaneiros” en la zona leonesa de La Maragatería, por cierto, tres zonas, estas, de profundas raigambres celtas. También se encuentran en el área pirenaica, tanto en Huesca, como es el caso del personaje Carnabal, de Torla, o los Barbacans del valle de Arán, por poner un par de ejemplos.

Momotxorro

Lo más llamativo de la vestimenta de los momotxorros, es un cesto llamado “jaiskitxo”, que se colocan en la cabeza, del cual salen dos impresionantes cuernos, en la parte frontal. Sobre este cesto, colocan un “ipuruko”, que oculta el rostro tiznado del momotxorro. Este ipuruko, es una pieza de cuero con tachuelas del que cuelga pelo de caballo y lanas rojas, igual a la que se colocaban en las parejas de bueyes que araban nuestras tierras de labor, en un pasado no tan lejano. En la parte trasera, cuelgan del cesto una enorme piel de oveja llamada “narrua”, y que sujetan a la cintura con un cinturón “gerriko”, de esta piel penden diversos cencerros “farasortak” enlazando con otros carnavales vascos como los de Ituren y Zubieta. En el pecho una tela blanca ensangrentada, pantalones de Mahón con calcetines y abarcas “zatas”, completan la indumentaria del momotxorro. En su mano un “sarde” una especie de horquilla también ensangrentada, con la que azuzaran a los espectadores. Los cencerros, al igual que sucede en otros carnavales rurales, tendrían la función de ahuyentar con sus sonidos a las plagas, a la peste, a las brujas, y a los malos espíritus, despertando a su vez a la naturaleza tras su periplo invernal. De esta forma el hombre prehistórico pretendía vencer un atávico temor, ya que, durante muchas lunas, el sol no lucía en el cielo y si lo hacía era sin fuerza, la naturaleza, la tierra, generadora de vida y alimentos estaba dormida, por lo tanto, tenían que despertarla, para lo que ideo una serie de diferentes ritos, en los que se englobarían los viejos carnavales rurales.

Momotxorro preparándose

Las crines de caballo, podrían tener un carácter protector y purificador, quizás sean ellas el nexo de unión, formado por etéreos hilos, con los caballos pintados en nuestras cuevas prehistóricas. Quién sabe, tan solo es una idea, pero me gusta pensar que es así, una forma sutil, tal vez, de rozar con la punta de los dedos nuestro pasado más remoto, un vínculo invisible que nos une a aquellos hombres y mujeres, antiguos antepasados nuestros. No es el único carnaval donde se utiliza pelo de caballo, los “yoaldunes” del carnaval de Ituren y Zubieta, lo llevan en sus hisopos con los que acarician el suelo intentando despertar a la naturaleza.

Momotxorro

El sarde, podría tener parecido fin, pues con él golpean el suelo, pero también pudiera tener un sentido de fertilidad, en Galicia, por ejemplo, se utilizaban para azuzar a las mozas casaderas para asegurar así, una cuantiosa prole.

La sangre pudiera representar la protección de los habitantes del pueblo que el mágico ser, el tótem, realiza.

Otros personajes completan la comitiva, uno de ellos es la conocida como “ereintza”, la siembra, que se da, así mismo, en otros muchos carnavales vascos. La forman seis miembros, dos van uncidos a un yugo “golda, o arado romano”, como si fuesen animales de labranza, otro hombre se coloca delante de ellos y los va dirigiendo con una herramienta llamada “pertika”, tras de ellos otro dirige el arado y dos más portan un caldero lleno de ceniza, que van lanzando en los supuestos surcos abiertos por el arado. Esta parte del carnaval nos habla directamente de una intencionalidad de fertilización de los campos, la ceniza se ha utilizado desde antiguo para fertilizar y purificar los campos, lavar las ropas e incluso como antibiótico en heridas. Además, tanto el arado como la ceniza, pretenden estimular la energía del nuevo año que renace.

Los “juantranposos”, son personajes muy antiguos y de uso igualmente en varios carnavales del ámbito rural vasco, quizás el lugar donde este personaje se ha hecho más famoso sea en la localidad navarra de Lantz, donde en su interesantísimo carnaval se le denomina como “Ziripot”, sin olvidar los “Zaku-zaharrak” de Lesaka. Se trata de un personaje vestido con telas de saco rellenas de “borrostoak”, las hojas que cubren las mazorcas de maíz, si bien también se puede rellenar con paja o hierba, cuyos movimientos son torpes como consecuencia de su estrafalaria vestimenta. En la cabeza porta un sombrero de paja y su cara se cubre con un paño en ocasiones decorado con puntillas. En los personajes alsasuarras, a diferencia de otros carnavales donde encontramos este personaje, llevan un alambre en espiral, colocado en la parte trasera y del que cuelga un mechón de lana de oveja. Se dice que los juantranposos eran fantasmas o criminales que habían muerto de forma violenta. Hay quien ha querido ver en esta figura la representación de la metamorfosis humana.

Otros personajes se han ido añadiendo a la comitiva, como la pareja de novios que portando el arreo y que representan una boda. Las “maskaritak” que llevan sobre su cabeza unas sobrecamas fruncidas a modo de capa, cubren su cara con una puntilla, completando su disfraz un pantalón de Mahón al modo bombacho y abarcas con calcetines.

Momotxorro

No falta en el desfile el “akerra”, el macho cabrío que representa al diablo, un muchacho ataviado con pieles curtidas porta en su cabeza una enorme cornamenta de cabrón. En su cintura lleva también cencerros, y exhibe en su parte delantera unos poderosos genitales masculinos, en su mano luce una vara de madera en la que se ensarta un cráneo de macho cabrío. Se encarga de encender la hoguera en la que se celebrara el akelarre, le acompañan numerosas “sorginak” o brujas.

Al caer la tarde los momotxorros inician su ritual de preparación, comienza un espectáculo sublime, cargado de matices, despacio se van colocando cada uno de los elementos de sus vestimentas, se embadurnan con sangre animal la cara, brazos, sarde y vestimenta, la tensión, una tensión profundamente telúrica, ancestral se respira en el ambiente. Poco a poco todos los participantes del carnaval van acercándose a la puerta metálica que cierra el patio del complejo deportivo, un cohete marca el momento álgido del inicio de la fiesta, la puerta se abre y decenas de momotxorros salen en desbandada, recordando la salida de los toros en un encierro. Corren atemorizando en un caos impresionante, a quien encuentran en su camino, lanzando alaridos, haciendo sonar los cencerros y golpeando el suelo y azuzado con los sardes a los presentes. Es un momento mágico, de alguna manera estamos inmersos de lleno en un ritual prehistórico, que nos conecta directamente con nuestro ser más arcaico, con nuestro yo más ancestral.

En determinados lugares del recorrido, un momotxorro hace sonar un cuerno, a modo de llamada, a la que acuden todos los demás miembros de la manada. Comienza entonces la sobrecogedora “momotxorroen-dantza”, la danza de los momotxorros. Es realmente impresionante ver a todos esos seres totémicos danzando en la penumbra de la noche, al son de este baile incorporado por Enrike Zelaia. Hacen sonar sus cencerros, giran sobre si mismos, lanzan patadas al aire, amenazan al espectador o emiten gritos aterradores, la sangre, las horcas todo embulle al espectador en un momento extraordinario.

Momotxorreon dantza

En un lugar concreto, el akerra enciende el fuego alrededor del que danzaran los momotxorros, mientras los Juantramposos se dedican a empujar con sus torpes movimientos, y el resto de personajes realizan sus atribuciones. El recorrido continúa hasta llegar a la plaza del pueblo, donde los momotxorros entran en estampida como los auténticos animales salvajes que representan, y allí alrededor del quiosco de música, danzaran un multitudinario “ingurutxo”.

Todo esto y más es el viejo carnaval de Altsasua, uno de los más interesantes de cuantos podemos encontrar en la antigua tierra de los vascos. Una gran cantidad de símbolos, de datos que nos hablan de viejos rituales de origen pagano, que se pierden en los tiempos y cuya interpretación es hoy en día imposible, pero hay siguen guardados fielmente por el subconsciente colectivo, al alcance de nuestra mano. Esto es tan solo una descripción, pero no lo dudes, amigo lector, la mejor forma de conocerlos, es estar allí, disfrutarlos, vivirlos, y, en definitiva, sentirlos.

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