San Miguel de Aralar. El santuario de la montaña mágica

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Cuentan las viejas historias de nuestra mitología, que, en la localidad navarra de Goñi, ubicada en el valle homónimo, vivía un caballero llamado don Teodosio de Goñi. Debió partir a las cruzadas, y a su regreso, en las afueras de la aldea, un mendigo, que no era otro sino el diablo disfrazado, le mintió diciéndole que su mujer, doña Constanza de Butrón le estaba siendo infiel en ese preciso momento y en su propio lecho conyugal. El caballero, ciego de ira, entró en la alcoba y vio dos figuras en la cama, sin dudarlo, sacó su espada y mató a los presuntos amantes. Pero Teodosio, enmudeció cuando al salir del cuarto, vio que su esposa corría, feliz, a abrazarlo. Esta le contó que había invitado a los padres del caballero a su casa para que le hicieran compañía durante la ausencia de Teodosio, y que les había cedido su alcoba matrimonial. En ese momento el caballero navarro, se dio cuenta de que había asesinado a sus propios padres. Acudió al sacerdote y al obispo de Pamplona, quien le envió a Roma a explicar su pecado al Papa. Este le condenó a portar unas gruesas cadenas por las montañas, hasta que se le rompieran por sí solas, señal de que su falta habría sido perdonada.

Así lo hizo, Teodosio, y vagó durante años por las cumbres, sin bajar a ningún pueblo, hasta que, al cabo de los años, se encontraba en la sierra de Aralar cuando se topo con una joven sentada en la boca de una cueva. La chica le contó que un terrorífico dragón moraba en el interior de aquella caverna. Este, acostumbraba a bajar a los pueblos en busca de gentes a las que devorar, causando enormes destrozos a su paso. Para evitar dicha situación, los vecinos habían decidido elegir diariamente a quien tocaría acudir a la caverna de herensuge, para ser comido, mediante un sorteo. Ese día le bahía tocado a ella, y aguardaba resignadamente en la boca del antro.

Al conocer la historia de la chica, el caballero le dijo que se marchará, pues él ocuparía su lugar. En el momento en que herensuge apareció, Teodosio se encomendó al Arcángel San Miguel:

– San Miguel, Ayúdame – dijo

Dicen, que entonces se oyó en el cielo:

– San Miguel, te llaman del mundo.

– Señor, yo no iré sin ti – contestó el Arcángel.

Y llevando a Dios (Crucifijo) sobre su cabeza, posó sus pies sobre el dragón cortándole el cuello, y la cadena de Teodosio, señal de que su condena había terminado.

El caballero mandó edificar el precioso templo que se llamaría iglesia de San Miguel in Excelsis sobre la sima del dragón, como agradecimiento.”

Esta bella leyenda, que oía desde niño, nos cuenta, a su manera, el porqué de la edificación del templo de San Miguel en el bello paraje que ocupa, al abrigo de la cima de Artxueta. Pero este sobrecogedor templo románico, esconde entre sus vetustos muros, una historia muy antigua, una historia que no llegaremos a develar en su totalidad, cargada de misterios y hermosura, de secretos y sencillez, de armonía y paisajes abiertos y libres.

Santuario de San Miguel in Excelsis

Lo confieso, el santuario de San Miguel in Excelsis, se acurruca en lo más profundo de mi corazón, a sus paredes de piedra, a su silencio y calma, a sus paisajes únicos me unen, desde niño, invisibles hilos de recuerdos, de momentos felices y de personas que forman parte de mi ser. Para mí es uno de esos lugares esenciales en mi existencia, un lugar escrito con letras de oro en el libro de mi vida, San Miguel, y toda la sierra de Aralar, me han hecho de alguna forma como soy.

Vagabundeemos pausadamente por este magnético rincón, guardián de la esencia de la montaña, de viejos mitos y tradiciones antiguas, de una historia que hunde sus raíces en lo más recóndito de los tiempos, guardián, además, de sentimientos profundos e íntimos. Y que mejor forma de hacerlo que caminando, dejando que la bruma y la hojarasca nos inunden el alma de buscadores de la belleza, escuchando el susurro quedo del viento en las copas de las hayas, dejando que estos abrumadores paisajes nos cuenten las viejas historias de la montaña. Uniremos con nuestro caminar las vertientes, Sur y Norte de la sierra, en una impresionante ruta lineal que nos llevará a conocer bellísimos rincones de Aralar, dólmenes, árboles singulares, ríos saltarines, bosques profundos, misterio, belleza, caricias para el alma. Partiremos desde la localidad navarra de Uharte Arakil, que se cobija al arrullo de la sierra y del río Arakil, para llegar al pueblo de Iribas, en las cercanías de Lekunberri.

El hueco que comunica con la sima, se aprecia a la derecha

La localidad de Uharte Arakil, punto de salida de nuestra ruta, se agazapa en la vertiente sur de la sierra, precisamente es desde esta parte, desde donde la pequeña planicie donde se asienta el santuario de Aralar, presenta una forma como de “ara”, de altar. Este hecho, no pasó desapercibido para nuestros antepasados, que ubicaron en lo más alto un lugar de culto desde tiempos prehistóricos. Estamos en un lugar sagrado, según diversos estudios, aquí se levantó un monumento megalítico, posiblemente, un dolmen, sobre él que, posteriormente, se edificaría una ermita cristiana que fue evolucionando hasta llegar al hermoso templo románico que podemos admirar hoy en día. El lugar con forma de ara donde se asienta el templo, pudo dar incluso nombre a la sierra, Aralar, parece que, además, pudo contar con un altar votivo primigenio, el “Ara Coeli”, dedicado a una divinidad guardiana de los caminos y habitantes del valle, algo muy común en determinadas cumbres durante la romanización. La ruta que discurre bajo los pies del santuario de Aralar, por el valle del Arakil, fue desde antiguo una importantísima “autopista”, por la que circularon pastores neolíticos, migraciones europeas, legiones romanas, peregrinos, y gentes de todo tipo, hasta nuestros días. Una tesis defendida por grandes estudiosos de la materia, nos dice que pudo haber una relación entre el Ara Coeli (el Araceli, Aracelium, Aracillum de los geógrafos romanos), y sus habitantes (los Aracelitani), con Arakil (Arakoeli, Arakoeill, Araquil).

El Santuario se recorta sobre Beriain

Aparcamos en el pueblo y buscamos la salida N. de la localidad, para atravesar por un precioso puente el río Arakil. Pasamos junto a un merendero, y tomamos la carretera NA-2410, hacia la derecha. Pronto vemos un desvío por una pista asfaltada que nos indica la dirección hacia el Santuario, al otro lado, podemos visitar el precioso monasterio de Zamartze. Continuamos ascendiendo por el asfalto, hasta que caminado medio kilómetro aproximadamente, un sendero parte a nuestra izquierda, marcado con hitos, que tomamos. Pronto vemos una señal indicándonos, que vamos en la dirección correcta, pasamos una valla, y vamos ganado altura por terreno empinado. Sale a nuestro encuentro un pequeño desvío a la derecha que merece la pena tomar, el pequeño sendero nos dirige en unos metros hasta el conocido como “Árbol de la piedra”. Es una pequeña curiosidad de la montaña, un árbol prácticamente tumbado que se funde con una roca que parece hacerle de contrapeso. Retornamos al sendero y continuamos la marcha, sumergiéndonos en un robledal, por el que vamos ganando altura pronunciadamente realizando varios zig-zags. Esta magnética sierra, es un compendio de cultos, mitos y creencias, en ella podemos disfrutar de la compañía, por ejemplo, de árboles considerados sagrados por las antiguas civilizaciones, robles, como los que ahora nos contemplan, hayas, espinos, tejos, fresnos, un lujo al alcance de nuestros pasos errantes y curiosos. Salimos a un claro en terreno rocoso para por un camino claro, llegar hasta una cruz donde se representa el Aingeru de Aralar. El camino continúa en ascenso alternando rocas y bosque, claros y vegetación hasta que llegamos a un cruce donde topamos con las señales del rojas y blancas de un GR. Las seguimos para llegar hasta la pista cementada de acceso al Santuario desde Uharte Arakil, justo en una pronunciada curva de la misma. La cruzamos y ascendemos por una pronunciada pendiente que nos llevará de nuevo a encontrarnos con la pista junto a una cruz. Solo nos resta cruzar el carretil de nuevo y ascender por la ladera en dirección al Santuario.

Árbol de la piedra

Llegar al Santuario de la montaña, sea como sea, por cualquier ruta, siempre ha sido algo especial para mi alma errante, su fuerza, su energía ancestral, sus vistas, esos hilos que me unen con gentes y momentos de mi vida, es algo mágico. La visita al interior de la iglesia es magnífica, allí continúan las cadenas de la leyenda de Teodosio de Goñi, que según la tradición debemos pasar sobre nuestro cuerpo tres veces como protección. En la pequeña capilla del interior del templo, un hueco en la zona derecha del altar, se ve un hueco que, dicen comunica con la caverna del dragón, y que previene los dolores de cabeza, la imagen del Aingeru, y el precioso retablo de esmaltes, completan esta visita. El mito de herensuge, el dragón es universal, si bien en las culturas occidentales, representa el diablo, en las orientales es sinónimo de fertilidad, un símbolo positivo, que quizás, quien sabe, en nuestra vieja cultura también pudo tener esta significación. En occidente, la simbología que acompaña al dragón es la de la lucha, bien sea entre sí, o contra un héroe o un dios.

Cadenas de don Teodosio

Para la cultura celta, era una divinidad de los bosques, vinculada a los magos, quienes podían utilizar y controlar su fuerza, siendo, asimismo, un símbolo de soberanía, utilizado como representación heráldica, aún hoy en día, como sucede en la bandera de Gales.

Aingeru de Aralar

Los vikingos, tallaban cabezas de dragones en las proas de sus “drakar”, con el fin de ahuyentar a los espíritus guardianes de las costas a las que llegaban; estos espíritus se conocían con el nombre de “Landvaettir”.

En la mitología nórdica, encontramos un importante árbol conocido como “Yggdrasil”, este fresno, extiende sus raíces a través de todos los mundos, conectándolos. Pues bien, el dragón suele alimentarse de las raíces de este árbol sagrado.

Los romanos lo vieron como símbolo de poder y sabiduría.

Los eslavos creían que el dios “Veles”, señor del mundo subterráneo, adoptaba la forma del dragón entre otras.

Tras disfrutar del hechizo de este paraje sin igual, debemos continuar la marcha buscando la vertiente contraria de la sierra. Para ello cruzamos la puertecilla de hierro que está en la parte norte del bosquecillo del Santuario, y descender a la carretera que baja a Lekunberri. Llegamos a un cruce de caminos, desde donde podríamos ascender al Artxueta, nosotros tomaremos el camino que desciende un poquito en dirección NE., vamos caminando por un camino pedregoso por encima de un precioso hayedo. El descenso no tiene perdida alguna, seguiremos las trazas blancas y amarillas del sendero PR NA-82. Pronto entramos en un bosquecillo, en el que, si nos fijamos a nuestra izquierda y sobre una roca, encontramos una antigua talla de San Miguel, labrada directamente sobre la piedra. Salimos del bosque y encontramos un montón de piedras, unido a la historia de un capellán de San Miguel, que, tras ser nombrado párroco de la localidad de Madoz, acudía diariamente a este punto desde donde se ve el Santuario, y colocaba una piedra en el montón que hoy vemos, pequeñas sorpresas de nuestras mágicas montañas. Seguimos la ruta, vamos descendiendo plácidamente por un precioso hayedo, hasta un cruce donde debemos seguir las marcas del PR, a nuestra izquierda. Abandonamos así el camino del precioso valle de Ata, y nos dirigimos hacia el paso de Burnigurutze, donde vemos una crucecita y una langa que pasamos. Solo resta descender por el bosque hasta llegar al nacedero del rio Ertzilla, y llegar hasta la aldea de Iribas, donde termina nuestra ruta. Sabedores de haber realizado uno de los caminares más clásicos y bellos de nuestras montañas, dejamos al Santuario en su atalaya milenaria, custodiando recuerdos, mitos, cuentos, belleza.

Nacedero del Ertzilla

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