Por los senderos de Basajaun

Arimegorta, el sel de las ánimas

Monolito en la majada

Monolito en la majada

Unas deliciosas praderas de altura, tapizadas de verde inmaculado, se acurrucan bajo una de las montañas mágicas de la vieja tierra de los vascos. Un pequeño vallecito que se eleva sobre los 1.000 metros de altitud, custodiadas por los impresionantes paredones pétreos de Aldamin, se trata del bellísimo paraje de Arimegorta.

Cima de Aldamiñape

Su propio nombre ya nos habla de su peculiaridad, cercana a lo sagrado, Arimegorta, se podría traducir como “sel de las ánimas”. Un sel, korta o saroi en euskera, eran unas figuras circulares, que se lograban talando los árboles para conseguir pastos. Profundamente vinculados a la cultura pastoril de nuestras montañas, su delimitación partía de una piedra colocada en el centro del circulo, y se tomaba un radio que podía variar según la tipología del sel. Cuentan que los pastores que pasaban por Arimegorta, lo hacían con la cabeza descubierta en clara actitud de respeto, quizás hacia las ánimas de los antepasados que pueblan el paraje. De hecho allí se localiza el dolmen de Arimegorta, en el que se localizaron dientes humanos, y restos de utensilios de barro.

Tejo milenario y refugio de Agiñalde

Pero vayamos por partes, la ruta que hoy les propongo, invita a descubrir este paraje único lleno de encantos, de belleza y de historia. Nuestro caminar puede comenzar en el parking del pequeño embalse de Londiagorta, al que se accede por una pendiente pista desde la localidad vizcaína de Zeanuri. Desde el aparcamiento, y dando la espalda al sublime pico Lekanda, una pista cementada de acceso restringido a vehículos, sale frente a nosotros. Caminamos por ella decididamente, salvado un par de pronunciadas cuestas. Los paredones del Aldamin, nos vigilan nuestro caminar, mientras nos susurran la cercanía del mágico Gorbea. A nuestra izquierda, el barranco de Lanbreabe, una sobrecogedora y profunda hoya, que guarda las viejas historias del basajaun. Y es que en estas florestas de Lanbreabe, moraba este genio cuidador de los bosques y árboles, de hecho, es posible que sea la propia herencia de antiquísimos cultos a los árboles, comunes entre las viejas tradiciones de Europa, cultos que fueron tomando forma más reconocible, hasta surgir este genio. Basajaun, se presenta como un ser de aspecto agreste, con largos cabellos y barba, y con uno de sus pies en forma de pata de vacuno. A pesar de su imagen fiera, es un genio benéfico, que avisa a los pastores cuando el lobo acecha. Además, por estas tierras se dice que es custodio de algunos árboles, basajaun impedía que los hombres los talaran, sobre todo acebos y tejos. Tejos, el árbol sagrado para muchas culturas, para los celtas era el árbol de la vida y la muerte, profundamente venenoso, a la vez que longevo, lo colocaron en la fecha del Samain, festividad antecesora de Halloween, en su calendario arbóreo.

Tejo milenario y refugio de Agiñalde

Busquemos algunos de estos árboles únicos, peligrosos pero atractivos como pocos. Precisamente en estas praderas de Arimegorta, encontramos con dos ejemplares espectaculares catalogados como árboles singulares, además de otros muchos ejemplares, incluso varios de ellos recién plantados. Para llegar a ellos, no tenemos más que continuar en ascenso por la pista, que nos llevará al comienzo del vallecito de Arimegorta. Junto a unas bellas hayas trasmochas, a nuestra izquierda, vemos el refugio de Agiñalde, “junto al tejo” en euskera, y a su vera un precioso ejemplar milenario, catalogado como árbol singular.

Ermita de Aldamiñape

La pista, no tiene perdida, y seguimos ascendiendo en marcada dirección hacia los paredones de Aldamin. Nuestro pausado caminar por estas praderas es una autentica delicia, la hierba fresca de la recién estrenada primavera, acaricia nuestra viejas y gastadas botas, acaricia nuestra alma, regalándonos una indescriptible sensación de libertad. Pronto una ermita llama nuestra atención, es la ermita de Aldamiñape, y un poquito más arriba vemos el refugio de Santutxuko Auzo. Sobre el vemos una pequeña loma conocida como Aldamiñape, a la que subiremos más tarde. Pero antes, os invito a conocer uno de esos pequeños rincones de nuestra montaña, que aun conserva su carácter, su esencia milenaria. A la derecha, muy cercana al refugio, encontramos la majada de Aldamiñape, un paraje milenario, testigo mudo de nuestro pasado pastoril, que de alguna misteriosa manera, se hace presente en este lugar único. La majada aún conserva los tejados de tepe, antigua herencia de cuando el uso de la teja estaba vetado en las majadas comunales, por significar propiedad. Salpican el paraje unos curiosos monolitos pétreos, que asemejan formas imaginativas, misteriosas como la esencia que se respira en este rinconcito. Muy cerquita, a la derecha, queda la cima de Zenigorta, que eleva sus 1.018 metros de altitud, regalándonos unas impresionantes vistas sobre Aldamin, Anboto, el cresterío de la Dama, Saibei, o el paraje de Baltzola, incluso las sierra de Aitzkorri y Aralar asoman tímidamente en el horizonte. En la cima vemos una mesa y un refugio, abandonamos la montaña para retornar a la majada, y seguir decididamente de frente, subiendo la corta cuesta que nos separa de la cumbre de Aldamiñape, de 1.050 metros de altura.

Etxola en la majada de Aldamiñape

Tras saborear las bellas vistas que nos regala, descendemos de nuevo hacia el vallecito de Arimegorta, tomando de nuevo la pista, pero abandonándola rápidamente hacia nuestra derecha. Llegamos así a varios refugios, salpicados de bellos ejemplares de tejos, o espinos albar. Solo os queda regresar por el mismo camino que nos ha traído hasta aquí, saboreando cada paso, vagabundeando por las praderas tapizadas de verde, sintiendo la libertad despeinándonos los cabellos,… y el alma.

Majada de Aldamiñape
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