Arri-kilinka. Mitología que baila

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“La leña de haya crepitaba al calor de la lumbre de la chimenea, un dulce aroma a fuego, a calidez, a hogar, inundaba la estancia. Toda la familia, se agrupaba a su alrededor, imbuidos por esa extraña magia, por ese embrujo que tiene el fuego, todos contemplando la lumbre, ensimismados, hechizados. Una de las contraventanas de madera pintada, del viejo caserío golpeó con fuerza, sacudida, sin compasión, por la tormenta que rugía con fuerza afuera. El abuelo, se levantó pausadamente de su silla, junto al fuego, y abrió la ventana, un gélido aire del norte, acarició su rostro, curtido en mil y un caminares por las montañas, por sus amadas montañas, las mismas que se veían desde las ventanas de la casa. Respiró profundamente el aire invernal, y pensó en aquellas cimas que tantas veces había caminado, lanzó una mirada nostálgica hacia lo alto de la montaña, de su montaña, oculta entre la niebla y la tormenta, – hoy deseaba estar sola,- pensó. Aseguró la contraventana con la sujeción de hierro y cerró la ventana, regresó a su sitio, pero antes, colocó el tamboril cargado de castañas al calor del fuego y volvió a sentarse en su vieja silla.

En aquel momento un sonido seco, impresionante, sonó en el exterior del caserío, el más pequeño de sus nietos, corrió a buscar refugio en los fuertes brazos de su abuelo.

  • Aitona, ¿que es ese sonido tan fuerte?, preguntó el pequeño aterrado.

El anciano sonrió levemente, de forma casi imperceptible, una sonrisa íntima, para sí, una sonrisa cargada de recuerdos y emociones, y abrazo con fuerza al pequeño, mientras intentaba tranquilizarle diciéndole:

  • No tengas miedo, solo es la Arri-kilinka, la vieja piedra de la montaña, está manteniendo su juego ancestral con el viento del norte. Juntos danzan un baile secreto, telúrico, arcaico, algún día tu también serás testigo de su magia, pequeño.

El muchacho miraba a su abuelo, sin comprender sus palabras, pero algo en su tono de voz, en su eterno cariño, le tranquilizó profundamente. Las castañas chisporroteaban en el fuego y el niño, pronto desvió su atención a la próxima y deliciosa merienda que saltaba en el viejo tamboril de hierro agujereado.

El abuelo, se acercó de nuevo a la ventana, y lanzó una mirada cómplice a la montaña. No la veía, ni falta que hacía, él sabía que allá arriba, cerca de su cima, la vieja piedra oscilante, mantenía su diálogo eterno, ancestral, con el viento, con el misterioso viento del norte. Sabía, que los pastores, aprovecharían ese mágico momento, en que la piedra baila y oscila sobre su minúscula base apoyada sobre otro pedrusco, para llevar a cabo, antiquísimos ritos, que se perdían en lo más profundo del tiempo. Antiquísimos ritos, que el mismo había realizado, buscando la fertilidad de sus animales, buscando un diálogo íntimo y sincero con la Ama Lurra, con la Madre Tierra. Le apasionaba la vieja piedra de la montaña, miró a sus nietos, a ellos les trasmitiría, al calor del fuego, su amor por la Arri-kilinka, les legaría como lo hicieron sus padres y los padres de sus padres y los padres de los padres de sus padres, los viejos ritos de la montaña.”

No podía ser en otro lugar más que aquí, en este valle encantado del Baztán, donde encontrar una piedra igual de mágica que las tierras que la cobijan, hablamos de “La piedra que baila”, la Arri-kilinka. Cerrando el valle por su vertiente E., una suave y delicada sucesión de montañas y collados, guarda el secreto milenario del antiguo culto a esta piedra. Desde las alturas que dominan el bosque de Quinto Real, un cordal sigue decididamente hacia el N., hasta el magnífico pico Hauza, ya en las estribaciones del puerto de Izpegi. Allí en la seguridad arcaica de los collados de altura, encontramos esta piedra, mecida por todos los vientos pirenaicos, impresionante, magnífica, portentosa. Estamos en la vieja tierra de los vascones, la tribu pirenaica que vivía en estas viejas montañas.

Por si todo ello fuera poco, en esta preciosa ruta, tendremos la ocasión de visitar una preciosa calzada conocida como Camino de Napoleón.

Para comenzar a disfrutar de sus encantos, debemos llegar al barrio de Beartzun, de la localidad de Elizondo, donde podemos aparcar, tomamos y una carretera hacia nuestra derecha, que pronto se convierte en sendero. Caminamos por él, siguiendo unas marcas amarillas y blancas de un sendero de pequeño recorrido, los prados verdes de altura se alternan con el bosque, hermoso, acogedor. El sendero va ganando altura acariciando las lomas, hasta llegar a la parte alta del cordal, y salir al collado de Belaungo. En este punto el paisaje se abre, casi por arte de magia, surgen bellas y magnéticas montañas que nos atraen con fuerza, con su energía descomunal, pero hoy debemos buscar el misterio de la Arri-kilinka. Para localizar la piedra, giramos hacia nuestra derecha sin perder la referencia de las marcas blancas y amarillas, y dejándonos guiar por los vientos que acarician el cordal, para llegar al collado de Eihartzeko. Muy cerquita tenemos la cota de Hargibel, bajo la cual, entre un laberinto de rocas desgajadas de la cumbre, destaca la piedra mágica, la Arri-kilinka. Estamos ante una gigantesca mole de 30 toneladas de peso que bascula sobre la base en que se asienta, aun hoy se puede observar su movimiento, esto sin duda no pasó desapercibido a nuestros antepasados, que probablemente establecieron un antiquísimo culto vinculado a la piedra. También ubicaron aquí una leyenda que dice que fue le gigante Roldán quien la arrojó desde el monte Hauza.

Nuestra misteriosa piedra, pertenece a un ciclo mítico común en gran parte de la vieja Europa, desde sus costas bañadas por la magia oceánica, hasta el magnífico Mediterráneo. Vinculadas a los cultos antiquísimos que nuestros ancestros dedicaron a las piedras, en las que veían deidades, son muchos los ritos que se practicaron en ellas, pero también son muchos los enigmas que esconden, los porqués primigenios, que seguramente nunca lleguemos a descifrar. Piedras como la Arrikulunka en nuestras alturas pirenaicas; A Pedra de Abalar, en el antiguo santuario celta de la Virgen de la Barca de Muxía, en Galicia; la asturiana Penedo Aballón, en Boal; la Piedra Andadera, en Salduero, Soria; Pedralta, en Sant Feliu de Guíxols, Cataluña; La piedra de Land´s End en Cornualles; La Roche Temblante en la localidad bretona de Huelgoat, son tan solo algunos de los múltiples ejemplos de estas piedras oscilantes.

Podemos alcanzar la curiosa cima de Hargibel de 991 metros de altura, con sus formaciones rocosas que nos regala unas impresionantes vistas, el Hauza, el Adi, los valles de Urepel, las montañas de Roncesvalles, Larrun,…

El descenso lo realizaremos buscando la mítica calzada de Napoleón, por donde se cuenta huyo el emperador a Francia. Para ello retornamos al collado de Belaungo, pero en lugar de descender por el camino de subida, continuamos dejándonos seducir por los vientos libres del cordal, caminando en dirección NE. Bordeamos o ascendemos la cota de Zarkindegi, que queda muy cerquita, y nos situamos en el importantísimo collado de Berderitz. Nos encontramos en uno de esos milenarios caminos de nuestras viejas montañas, que unían nuestros pueblos y valles, por aquí pasaba el ancestral sendero que unía Aldudes con Baztán. Tan solo nos resta sumergirnos en el bosque que esconde la fabulosa calzada del emperador francés, para descender plácidamente al punto de partida.

Como el protagonista de nuestra pequeña historia, lanzamos una mirada cómplice a lo alto de Hargibel, que se acurruca en su ladera, tal vez de alguna misteriosa forma también a nosotros nos ha conquistado, siquiera un poquito, nuestra alma errante.

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