Aitzbitarte. Joya prehistórica morada de Ahatxe

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Hay un lugar oculto entre los bosques bañados por las brumas eternas del río Urumea, que guarda celosamente la esencia más ancestral de nuestro pasado más remoto. Se trata del conjunto de cinco cuevas, auténtica joya de la arqueología mundial, de Aitzbitarte. Se sitúan en un paraje espectacular, mágico, con una naturaleza sublime que sirve de marco selvático para uno de los principales yacimientos arqueológicos de Gipuzkoa. Su propio nombre nos habla del carácter de su ubicación, Aitzbitarte que significaría “entre dos rocas”, se ubica en el barranco formado por las montañas de Aitzbitarte e Igorin, dentro del parque natural de Aiako Harriak-Peñas de Aya. Las cuevas fueron excavadas ya en el año 1892, en continuadas campañas, recientemente en el año 2017, se ha procedido a cerrar la cueva de Aitzbitarte IV, tras el hallazgo de unos importantes grabados datados hace 14.000 años. Estamos en un lugar con una historia profunda, como pocos lugares, en nuestra tierra. Nos encontramos en un paraje, habitado por los cromañones hace 25.000 años, impresiona ¿verdad?

Aún hoy, si acertamos a llegar a Aitzbitarte caminando sin prisa, entre la floresta, acompañados del rumor de las cascaditas del riachuelo y de la telúrica magia de los árboles que nos rodean, escucharemos el rumor del viento en las hojas de los árboles, susurrándonos viejas historias de seres que habitaron aquí, de personas cuyo centro vital eran estas cuevas, de aquellos que vivieron y formaron parte de este entorno.

Detalle de la cueva de Aitzbitarte

Nuestra vieja mitología ubicó allí el genio Ahatxe, un sobrecogedor novillo rojo, habitantes de cavernas. Curiosamente, a muchas de las cavernas que atesoran en sus profundidades antiquísimas pinturas rupestres, están vinculadas leyendas protagonizadas por estos animales míticos. Muchos estudiosos han vinculado ambas materias, quizás basada en un origen protector de dichos numenes, cuando nuestros ancestros moraban en estas cuevas.

Un hermoso paseo nos permitirá disfrutar de este paisaje sin igual, una ruta en la que poder sumergirnos en la magia de las huellas que dejaron nuestros antepasados por estas montañas, en la que dejarse imbuir de todo ese misterio que envuelve nuestra vieja prehistoria, conociendo además de las cuevas, la importante estación megalítica de Akola.

Collado de Sagastieta

Nuestro caminar comienza en el aparcamiento de Akola, al cual accedemos por una pista que sale de la carretera GI-3410, que une las localidades gipuzkoana de Hernani y navarra de Goizueta. A la altura del barrio Fagoaga, una pista sube hacia la izquierda (si venimos de Hernani), en dirección a la sidrería Larre Gain, y tras ella continua la pista asfaltada hasta el parking. Una vez estacionado el vehículo, comenzamos a caminar por una ancha pista de tierra que sale de frente, a la izquierda queda el caserío y sel de Akola. A los pocos metros un sendero a nuestra derecha llega a una zona de mesas, obviamos este desvío y tras pasar una langa, otro cruce surge a la izquierda por el que nos encaminamos. Vamos ganando altura suavemente entre un precioso bosque autóctono hasta salir al despejado collado de Sagastieta. Allí topamos con el precioso dolmen de Sagastieta, así como de unas impresionantes vistas de la zona de Donostialdea. En el collado podemos disfrutar de unos preciosos abedules, árbol impresionante, de blanca corteza, giramos a la derecha para por el cordal, despejado al principio y boscoso después, alcanzar la cumbre de Akola de 359 m. Seguimos manteniendo la dirección que traemos, caminando por el rocoso pero fácil cresterio, y descendemos hasta un despejado collado. Sin perder la traza del cordal, ascendemos la siguiente cota, llamada Arritxueta de 373 m. Seguimos nuestro sube y baja por collados y cimas para alcanzar el importante collado de Igoingo lepoa, donde se localiza otro dolmen, y ascendemos por terreno rocoso al pico Igorin de 459 m. auténtico rey de este pequeño pero precioso cordal. Es un placer deambular sin prisa por estos parajes únicos, en los que hace muchos años, los pastores prehistóricos dejaron su huella indeleble.

Regata de Landarbaso

La cima destaca soberbia si la contemplamos desde las cuevas de Aitzbitarte, hacia las que nos dirigimos. Para ello, retornamos a el collado de Igoingo lepoa, para tomar un marcado camino hacia la izquierda, que nos llevará a una pista hormigonada en la vertiente S. del monte. Seguimos caminando por esta pista en marcada dirección NE., pasando por varios caseríos. Caminamos acariciando la alargada loma de Igorin que queda arriba, sobre nuestras cabezas, disfrutando de un paisaje excepcional. La pista comienza un marcado descenso, hasta que vemos un desvío a la derecha, donde abandonamos el asfalto, para dirigirnos hacia la regata de Landarbaso, que nos llevará en un corto pero delicioso paseo entre bosques hasta un puente de madera que da acceso a la cavidad de Aitzbitarte IV. Un impresionante tejo parece custodiar el acceso a la boca de la cueva, hoy cerrada, como si de alguna extraña manera supiera del tesoro que ha permanecido oculto hasta hace poco tiempo. Podemos acercarnos hasta la boca de la caverna, y respirar su misterio, sentados en su entrada, es fácil imaginar, gracias a las excavaciones e investigaciones realizadas, como sería la vida de aquellas personas que habitaron estas tierras hace milenios. Retornamos hasta el puente y seguimos por el sendero hacia la derecha, un mágico bosque autóctono de alisos, tejos y avellanos, nos acompaña, acariciado suavemente por el arroyo de Landarbaso, que fluye saltarín bajo las cavidades, llevando consigo el orgullo de haber sido suministro de agua de aquellos Homo Sapiens-Sapiens y cromañones, que habitaron en la zona. Llegamos hasta una pista en la que, frente a nosotros, vemos una pronunciad subida que en breve nos llevará hasta el área de recreo de Barrekoloia donde termina nuestra ruta.

Cueva de Aitzbitarte

Las cuevas de Aitzbitarte, son un pequeño, gran tesoro que tenemos que conservar, un lugar cargado de telúrica magia, de historia antigua, muy antigua, un lugar que, afortunadamente nos ha llegado desde lo más profundo de los tiempos, desde el legado de nuestros ancestros más remotos. Disfrutemos, pues, de ellas y de su entorno y escuchemos en silencio y sin prisa su ancestral susurro, sus viejas historias, leyendas, cuentos que nos tienen reservados a quien se acerque a ellas con el corazón abierto y dispuesto a dejarse embaucar por su telúrica esencia.

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