La escritora argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) ha protagonizado Literaktum Topaketak en San Sebastián con su novela, ‘Cómo desaparecer completamente’, que vio la luz en 2004 y se reedita con la editorial Anagrama. Enriquez habla con Donostitik.com sobre los cambios durante estos 20 años, sobre Argentina y su mudanza a Australia, el terror que caracteriza su obra… y sobre ella misma: «Para nada soy oscura. Mi mirada es así; mi personalidad no».
En 2019 visitó San Sebastián como jurado de la sección ‘New Directors’ de Zinemaldi. ¿Qué recuerdo guarda de aquella experiencia?
Me encantó y me sorprendió mucho que me llamaran, pero a Rebordinos le gustaban mis cuentos. Lo pasé muy bien, guardo un gran recuerdo. Y me gustó la ciudad.
Publica de nuevo ‘Cómo desaparecer completamente’ (Anagrama), una novela que escribió y lanzó en 2004. ¿Qué significa volver a ese libro veinte años después?
‘Cómo desaparecer completamente’ fue la primera novela que escribí con la intención real de dedicarme a la literatura. Antes había sacado una novela muy joven y después trabajé como periodista. Aquellos años fueron duros. Ahora es un momento distinto, me va razonablemente bien.
El contexto original de esta novela era la crisis de 2001 en Argentina. Parece que ahora el país atraviesa otra… ¿cómo compara ambos momentos?
Para mí la crisis del 2001 es incomparable. Hubo muertos en la calle, la confiscación de los ahorros, meses sin dinero físico. A mí me pagaban con bonos de deuda. Y la emigración fue brutal. Supuso un cambio de paradigma: esa crisis transformó el país por completo. Lo de ahora es un mal momento, pero aquello fue otra cosa.
¿Como escritora se siente distinta a la de 2004?
Sí, claro. En ese momento estaba probando. Literariamente me movía en un realismo social que conocía y podía manejar, pero la prueba era más bien existencial: ver si realmente quería escribir. Aquella novela surgió de ese tumulto y de la incertidumbre.
¿La ha releído para esta reedición?
Sí, para corregir pruebas. No reescribo libros viejos —no les cambio cosas—, pero sí ajusto detalles: una coma mal puesta, una errata. La leí varias veces.
Su obra se caracteriza porque conviven el terror “clásico” y un terror social muy anclado en la realidad. ¿Dan más miedo las sociedades actuales que los mitos clásicos?
Los monstruos salen de la imaginación de las sociedades. Por un lado están el miedo a la muerte y a lo que hay del otro lado, pero también están la culpa, la injusticia, el pasado. Esos fantasmas siguen actuando en el presente para recordarnos que algo no se resolvió. Hasta el vampiro reflejaba en su origen el miedo a la enfermedad: se moría una familia entera y lo atribuían a un monstruo cuando era la tisis. Por eso los monstruos clásicos siguen funcionando: se vuelven arquetipos donde se pueden representar los miedos nuevos.
Sus libros son oscuros. ¿Usted también lo es?
Para nada soy oscura. Mi mirada es así; mi personalidad no. De hecho me gusta reírme y el humor me parece una manera de no tomarse demasiado en serio lo terrible. El humor no es frívolo: una se ríe de lo que está mal. Lo normal no es lo luminoso, sino lo contrario. En esta novela hay un recital de rock donde entran unos skinheads y todo se vuelve muy violento: yo estaba allí, eso pasó. Como la mujer quemada que pedía en el subte en ‘Las cosas que perdimos en el fuego’: la veía en Buenos Aires y me obsesionaba. ‘El chico sucio’ del cuento son muchos chicos de la calle. Mis personajes no los invento. Me gusta mirar. Y si no se ve y no se conoce, no se resuelve.

El éxito y las redes
Ha logrado usted el éxito bastante joven y la etiqueta de voz esencial en la literatura argentina. ¿Cómo lo lleva?, ¿cómo es la fama en tiempos de redes?
Para mí el éxito es reciente. El primer libro que tuvo verdadera relevancia fue ‘Las cosas que perdimos en el fuego’ en 2016. Y yo había publicado mi primer libro en 1995 (‘Bajar es lo peor’). Tengo más experiencia como escritora desconocida que como “exitosa”.
Estoy tranquila, no soy demasiado cuidadosa a la hora de hablar. Creo que todos deberíamos ser libres para discutir, arrepentirnos, equivocarnos. La palabra de un escritor vale lo que la de cualquier ciudadano. El problema es cómo circula: titulares cortados para llamar la atención, la edición permanente que te impone el algoritmo. Me resisto a eso. Veo amigos justificando cada cosa que dicen y me desespera.
¿Y las redes?
En redes los insultos más comunes que recibo son “vieja” y “gorda” -que además nunca lo fui-, simplemente por estar. A mí me da risa, pero no todo el mundo está listo. Me pregunto cuánta gente se calla por no querer soportarlo. Y también está el hostigamiento desde el poder: Trump insultando a Taylor Swift por decir a quién va a votar… esas son las críticas más estúpidas.
Dejando el ruido de las redes, usted se mudó recientemente a Australia. ¿Ese nuevo entorno la inquieta y la inspira tanto como Argentina?
Todos mis planes de escritura siguen relacionados con Argentina. Por otro lado es una cuestión de mirada: donde esté voy a encontrar algo que me provoque extrañeza o me parezca siniestro. Australia lo tiene, como cualquier país. Es enorme, es fácil perderse. Vivo en Tasmania y nunca vi un lugar así. Camino por mi ciudad y nadie habla castellano. En Nueva York o Italia escuchás español; en Australia se habla inglés, chino… Es otra historia.
Sigue siendo periodista cultural en Página/12. ¿Qué le aporta el periodismo?
Sí, hago entrevistas y críticas. Empecé haciendo periodismo de calle y no lo llevé bien; pasé rápido a cultura y a cubrir rock durante quince años. El periodismo me mantiene actualizada. Soy curiosa por naturaleza y necesito el estímulo de lo que se hace afuera para mi propio trabajo. Aunque ahora esté a más distancia, no voy a dejar el periodismo.
¿Qué recuerda de su trabajo con las estrellas del rock argentino de entonces?
La pasé bien. Era otro tiempo. Desde los tickets -no se compraban online ni se agotaban en cinco minutos, que eso es siniestro- hasta los discos, que se vendían. Spotify es comodísimo, pero tiene problemas éticos y paga poquísimo: es casi música gratis. Los recitales también eran distintos, en Sudamérica eran lugares peligrosos. Voy a conciertos ahora y la gente está tranquilísima, al revés de antes. Y cambió la relación con las chicas: antes todos los músicos eran varones. Yo, como periodista y como persona, era clara con mis límites, pero eso no era claro para nadie.
Milei y «el desconcierto»
Me resulta inevitable preguntarle por el gobierno de Javier Milei.
Milei surgió de un momento de desesperación y hartazgo, un hartazgo resignado. Es deprimente. Creo que el progresismo estuvo a la altura, se manifestó, pero a él no le importa y eso generó desconcierto. Primero porque es un fenómeno nuevo y segundo porque, de nuevo, no le importa. Podés decirle: “El Festival de San Sebastián está advirtiendo internacionalmente del desastre de este gobierno con el cine argentino”. Y responde que nadie ve esas películas.
Si alguien es capaz de quitarle subsidios a un niño con síndrome de Down, estamos ante una situación que no se maneja con los parámetros habituales. Afortunadamente es un gobierno democrático: fue a elecciones y ahora ha perdido por mucho. Hay desgaste y, con suerte, podrá contenerse democráticamente. Se hizo daño al país, sí, pero no sería la primera vez.



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