Quienes se echaron las manos a la cabeza cuando se supo que el diseñador de moda Tom Ford iba a rodar su primera película (‘Un hombre soltero’, en 2009) se equivocaron. Quienes pensaron que ‘pincharía en su segundo filme, también. Los prejuicios no suelen ser buenos compañeros cinematográficos y en el caso de ‘Animales nocturnos’ (2016), menos. Porque, sin duda, esta producción protagonizada por Amy Adams y Jake Gyllenhaal es una de las películas más sorprendentes y fascinantes de los últimos años.
Desde luego, nadie puede acusar a Tom Ford de facilonería. Después de un aplaudido debut cinematográfico que destacó por un vitalista y a la vez íntimo clasicismo, en ‘Animales nocturnos’ se atrevió con un ‘más difícil todavía’, un ‘triple salto mortal’, una historia a tres bandas, con tres niveles narrativos distintos, rodada con ese escalofrío extraño de los thriller de David Lynch, con la melancolía, la tensión dramática y el uso del color de Douglas Sirk, con la precisión y el profundo significado que infería a cada plano William Wyler. Muy pocos directores actuales podrían haber conseguido como Ford (no confundir aún con el magnífico autor de ‘Centauros del desierto’ o ‘El hombre tranquilo’) un encaje y un equilibrio tan perfecto entre esas tres historias tan diferentes entre sí pero irremediablemente entrelazadas, tanto que la película sólo puede entenderse enteramente ‘cosiendo’ las tres en una única pieza.
Por una parte ‘Animales nocturnos’ es la historia de Susan Morrow (Amy Adams), la responsable de una galería de arte de Los Ángeles que recibe, después de muchos años, un mensaje de su exmarido, Edward (Jake Gyllenhall), junto al manuscrito de la novela que acaba de escribir dedicada a ella y que Susan comenzará a leer, sola en casa, ajena a la infidelidad de un esposo por el que, tiempo atrás, abandonó a Edward. El nivel dos de narración del filme es, asimismo, la propia novela que Susan lee y que evoca en ella la tercera trama que ‘orbita’ en la película: los recuerdos, en forma de ‘flashback’, de su matrimonio con Edward.
Por tanto, todo el filme se construye en la cabeza de Susan y sólo al final nos damos cuenta de que las tres historias que nos ha presentado Tom Ford conforman, en realidad, una cuarta, el verdadero argumento, ‘moraleja’ si se prefiere, de ‘Animales nocturnos’: la culpa de Susan que ha arruinado esa felicidad que no entiende por qué no siente “si lo tengo todo”, y una venganza tan sutil y tan elegantemente orquestada que, cuando vemos ese primerísimo primer plano final de Amy Adams, no sabemos si aplaudir o compadecerla.
A todo ello se llegará siguiendo el reguero de miguitas de pan que Tom Ford va desplegando astutamente a lo largo de todo el metraje: el sofá rojo de terciopelo en el que Susan destroza a Edward cuando le confiesa que no cree en su talento como escritor; el cuadro negro con la palabra ‘Revenge’ que ella contempla atentamente durante un rato sin verlo… Todo encaja al final.
Es realmente prodigiosa la dirección de Ford y queda demostrado en detalles tan increíbles como el hecho de que el personaje de Jake Gyllenhaal es, en realidad, el centro de esa escena final sin aparecer. El personaje de Edward/Jake se camufla tan bien durante el filme que pasa inadvertido hasta ese último plano, esa presencia en la ausencia.
El trabajo del realizador en el terreno técnico y el pulso narrativo que imprime es excelente (Tom Ford consiguió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia por esta película), pero no lo es menos en la dirección de los actores. Capítulo aparte merecen también las interpretaciones de Michael Shannon (inmenso en ese papel del policía sin nada que perder) y Aaron Taylor-Johnson (magnético). Al mismo tiempo, es notable la adaptación de la novela de Austin Wright en la que se basa la película y que también corre a cargo del propio Ford (¿hay algo que haga mal?).
Esos tres espacios narrativos diferentes del filme cohabitan y orbitan concéntricamente con el sofá rojo de terciopelo y el coche como elementos comunes y compartidos, pero tienen, asimismo, su propio universo, sus propios colores (blancos y grises en el mundo de Susan; dorados apagados en los ‘flashback’ que recuerdan su matrimonio con Edward; amarillos y marrones vibrantes y cielos abiertos en la novela de su exmarido).
‘Animales nocturnos’ se contempla como una película de suspense y, en algún momento, de terror, pero también como un filme intimista o una triste y desigual historia de amor… Toda esa riqueza y esa heterogeneidad proporcionan, paradójicamente, unidad a un filme que es a la vez turbio y desasosegante, melancólico, aséptico y frío, cruel… triste.
La versatilidad que demuestra Tom Ford es pasmosa y frente a la ya conocida elegancia y belleza que es capaz de imprimir a cada plano este reconocido diseñador que fue director creativo de firmas tan célebres como Gucci o Yves Saint Laurent, también demuestra que puede ser correoso y mostrar el lado menos bonito de las cosas. Los títulos de crédito con los que arranca el filme son, en este sentido, toda una declaración de principios y también una de sus incógnitas que mece con sus hipnóticas notas musicales la destacada banda sonora de Abel Korzeniowski.
