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Aquellos maravillosos años… de ‘Licorice pizza’

El cineasta Paul Thomas Anderson compone en su última película todo un homenaje a la década de los 70 con una comedia impregnada de la frescura del cine de aquella época

Alana Haim y Cooper Hoffman en una escena de ‘Licorice pizza’.

Quentin Tarantino demostró en ‘Érase una vez en Hollywood’ (2019) que el cine era mucho más real que la vida o incluso que la propia Historia. Y quien vea ‘Licorice pizza’, la nueva película de Paul Thomas Anderson, sentirá que, en cierta manera, es deudora del noveno (y esperemos que no el penúltimo) filme del autor de ‘Pulp fiction’ o ‘Malditos bastardos’. Y no únicamente porque ‘Licorice pizza’ esté ambientada unos años más tarde que ‘Érase una vez en Hollywood’, en los años 70, y en la misma ciudad, Los Ángeles. También por ese aire de disfrute, entre la admiración y la nostalgia, de una época en la que se ‘palpan’ las texturas no sólo gracias a una fideligna recreación artística en decorados, vestuario y en una cuidadísima banda sonora con acordes de The Doors, Suzi Quatro o David Bowie (que también), sino también por esa especie de verdad que emana de cada escena, ese regusto a lugares comunes que convierte en universal esta historia en el fondo muy local: las idas y venidas de un adolescente de 15 años y una chica de 25.

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Si Tarantino ‘devolvía la vida’ a la actriz Sharon Tate en ese crepuscular homenaje al fin de la era dorada de Hollywood, en ‘Licorice pizza’ Paul Thomas Anderson (al frente de la dirección, el guión y hasta de la fotografía) demuestra que la realidad puede llegar a ser incluso más sorprendente que la ficción. Al menos, en el caso de Gary Valentine. Sus andanzas en el mundo de la interpretación como niño prodigio que no acaba de encajar como actor en la adolescencia y, sobre todo, su ‘olfato’ para el emprendimiento (desde montar una empresa de venta de camas de agua a crear la primera sala de pinball entre clase y clase del instituto) son absolutamente reales y están basadas en la vida de su amigo Gary Goetzman (brillante productor de títulos ya míticos de la Historia del Cine como ‘El silencio de los corderos’ o series tan prestigiosas como ‘The Pacific’). Pero todas estas historias que darían, en realidad, para crear un buen número de divertidos ‘spin-off’ (lo pide a gritos Bradley Cooper dando vida al peluquero y novio de Barbra Streisand en los momentos más cómicos de la película) no dejan de ser meras distracciones o como diría el gran maestro del suspense, Alfred Hitchcock, el ‘MacGuffin’ que nos va enredando y apartando astutamente de la verdadera trama.

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Por encima de esa mirada entre irónica y cariñosa al mundo del cine (de Lucille Ball a William Holden), ‘Licorice pizza’ constata que el mejor camino entre dos puntos que se atraen no siempre es el más corto. Desde esa impresionante primera escena del anuario en el instituto de Gary en la que el director de ‘Boogie nights’, ‘Magnolia’ o ‘El hilo invisible’ deja al espectador sin aliento con un impactante y brillante plano secuencia, asistimos a esa conexión entre Alana Kane (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman) que se traduce en una primera cita y en el comienzo de una extraña relación entre la chica que no sabe qué hacer con su vida y el adolescente que tiene claro que quiere pasar el resto de su vida con ella. Esas idas y venidas en una ciudad de Los Ángeles en la que (¡vaya!) te encuentras a tu ex (o lo que sea) en todas partes, ese querer y no querer, esos personajes que se cruzan en el camino (como el concejal Joel Wachs al que da vida Benny Safdie con homenaje a ‘Taxi driver’ de Martin Scorsese incluido) bendicen para bien esta comedia romántica que nunca cae en la noñería y que, por madurez y esa libertad que exhala, encaja muy bien con ese cine de los años 70 tan imaginativo, tan fresco y tan auténtico del que ‘Licorice pizza’ se erige en deudor.

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A diferencia de otras producciones de Anderson más ambiciosas (quizás incluso algo plúmbeas como ‘The master’) ‘Licorice pizza’ entronca con un tipo de película mucho más sencilla, con menos pretensiones, aunque no por ello inferior valía. Todo lo contrario. De hecho, el filme está plagado de momentos memorables como la ya citada primera secuencia de arranque, aquella en la que Gary Valentine es consciente de la crisis del petróleo de 1973 en mitad de un monumental atasco de coches que buscan desesperadamente gasolina mientras suena de fondo ‘Life of Mars’ o la escena en la que Alana descubre en el restaurante que el concejal Wachs no es quien ella creía y, finalmente, sus propios sentimientos. Toda esa amalgama de historias aparentemente inconexas se encuentra aderezada con primerísimos primeros planos mirando a cámara, sentido del humor, brillantes diálogos y una narrativa muy especial marca personal de Paul Thomas Anderson que retrotraen al cine de sus inicios, al más personal e interesante.

Pero si algo queda claro en ‘Licorice pizza’, candidato a tres premios Óscar (Mejor Película, Director y Guión Original) es que la nostalgia está cargada de futuro. Porque los sueños, en la ciudad de las estrellas, se cumplen, aunque haya que correr mucho para alcanzarlos… Y no precisamente en línea recta.


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