Andrés Calamaro llenó el Kursaal este miércoles por la noche para celebrar el 25 aniversario de Honestidad Brutal en comunión con su público donostiarra, un público que lo conoce bien como él se encargó de recalcar en varios momentos, ya que han pasado más de 30 años desde que pisó el escenario por primera vez en esta tierra y desde entonces lo ha hecho en varias ocasiones. De hecho el argentino estaba anunciado para el cartel del primer Miramar Gauak, el año pasado, pero la lluvia truncó la actuación.
Con la concentración pro palestina en la puerta y la entrada del Kursaal exhaustivamente controlada por la Ertzaintza, el concierto se presentaba un poco borroso para los aficionados, un grupo variopinto de distintas edades (no demasiado joven) y nacionalidades. El público que le corresponde a quien se ha mudado no solo de país, también de piel, ¿y quizá de ideología?, a lo largo de su extensa carrera y con reflejo en sus muchas grabaciones. Desde luego el repertorio de Andrés es largo.
Lo que no podía fallar, pese a lo enrarecido del ambiente, era el puñado de canciones que el argentino ha compuesto en sus mejores momentos (con Honestidad Brutal al frente, entre otros trabajos en solitario, pero sin renegar de Los Rodríguez) ni los fans, que llevan esos temas grabados en el pecho.
Con esos dos ingredientes vibró el Kursaal en muchos momentos de la noche. El público llegó entregado y no se dejó amilanar con los monólogos del cantante que, fiel al personaje en que se ha convertido y se recrea, insistió en parodiar la sociedad de lo políticamente correcto con menciones (escasas después de todo) a Israel y a la tauromaquia, mezcladas con eternas enumeraciones de los recitales dados hasta el momento, anécdotas con Juanma Bajo Ulloa y un largo etcétera de asuntos que costaba seguir dentro de una coherencia. Sin perder el hilo ni las ganas.
Más allá de eso el concierto fue un disfrute de la mano del argentino y de su banda -German Wiedemer (piano), Andrés Litwin (batería), Julian Kanevsky (guitarra), Mariano Domínguez (bajo) y Brian Figueroa (guitarra).
Entre todos desgranaron, para placer de los presentes, una veintena de canciones esenciales: de Honestidad Brutal sonaron ‘Cuando te conocí’, ‘Te quiero igual’, ‘Clonazepán y circo’… de Alta Suciedad la que da nombre al disco y ‘Flaca’; de Los Rodríguez ‘Mi enfermedad’, ‘Sin documentos’…
El final, ya muy arriba, fue el paraíso a medida de los fans con tres temazos: Estadio Azteca, Los chicos y El Salmón.
Calamaro, en fin, volvió a hacerse con su público donostiarra, que lo quiere pese a todo. Dijo en la despedida que volvería todos los años. Seguro que se reencuentra con los suyos.
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