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‘El contador de cartas’, horror en Abu Ghraib

El mítico guionista y director Paul Schrader ofrece a sus 75 años un fresco y notable retrato de la América en declive con un brillante e inmenso Oscar Isaac

Una de las escenas de ‘El contador de cartas’, de Paul Schrader.

52 cartas distribuidas en cuatro palos: corazones, diamantes, tréboles y picas… La baraja es un mundo finito, por tanto, controlable y, tranquilizadoramente, con su propia jerarquía. Hay cartas que poseen más valor que otras y eso conlleva una especial red de vasallaje y sometimiento entre ellas. No hay sorpresas, salvo las que depara el azar cuando el crupier baraja, reparte los naipes y se inicia la partida. Por eso es una ventaja contarlos, controlarlos mentalmente (sin que lo noten mucho los servicios de seguridad del casino, claro), tomar las decisiones en base a una certeza, apostar con la seguridad de que se ganará. Y eso es justo lo que hace precisamente William Tell, el protagonista de ‘El contador de cartas’, la última película de todo un mito del cine Paul Schrader, el director de ‘American gigoló’ (1980), ‘Mishima’ (1985), ‘El placer de los extraños’ (1990) o ‘El reverendo’ (2017) y guionista de (los ya clásicos) ‘Taxi driver’ (1976) o ‘Toro salvaje’ (1980).

A sus 75 años, Schrader sigue fiel a sí mismo: un buen guión (premiado en la pasada edición de la Seminci de Valladolid), actores sublimes, una inspirada aunque sencilla dirección y una cuidada y depurada dirección de arte, para construir una película modesta, sin más pretensiones que la de contar una interesante historia, pero dejando poso.

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‘El contador de cartas’ no es una obra maestra pero lo parece. Tiene todos sus ingredientes: la tristeza y la soledad que exhala una historia de personajes que han perdido la fe y la ‘partida’ de su propia vida, ese aire de tragedia que habla indirectamente de cosas como el propio declive americano, y la filosofía que encierran las frases que William Tell (espléndido Oscar Isaac) susurra a los espectadores a través de las páginas que escribe en su diario (¡Qué maravillosamente retrógada es la intimidad que procura el papel y la tinta!). En estos tiempos digitales de inmediatez y escasa reflexión, ‘El contador de cartas’ es, muy a su pesar, una rara excepción de cine a contracorriente. Disfrutando esta película nos damos cuenta de lo mucho que ha cambiado el cine en estos últimos años y de lo que añoramos esos filmes que hacen pensar, que no lo cuentan todo y que dejan que el espectador sea un elemento activo en la construcción de la historia. Analizando, sin embargo, la filmografía de Schrader se trata, en realidad, de un título coherente con su estilo y su obra.

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Intuimos el duro pasado de William Tell. Como él mismo cuenta: “El futuro es el resultado de nuestras decisiones del pasado”. Y en su caso, el suyo está teñido por el horror, la deshumanización y el deshonor de las torturas estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib. Puede contar las cartas, controlar el mundo de la baraja, pero ha perdido el mando y el rumbo de su vida. Su pasado como torturador bien entrenado por el Mayor Gordo (fugazmente interpretado por el estimulante Willem Dafoe), sin embargo, se verá desenterrado (con el caos que eso supone en su ordenado mundo de la baraja) por el joven Cirk (Tye Sheridan), hijo de uno de un compañero en Abu Ghraib, que busca vengarse de Gordo, mientras participa en una serie de campeonatos de juego en el circuito de casinos de Estados Unidos.

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Su especial conexión con éste y con La Linda (una muy solvente Tiffany Haddish), que le recluta y patrocina en estos torneos, su afán de redención y justicia, quizá también sus ganas de vivir de nuevo, hacen que William Tell vuelva ‘a la casilla de salida’. Esta vez, quizá, para bien. Contra todo pronóstico, la historia que creemos estar viendo, toma sus propios atajos y al final nos quedamos perplejos al comprobar (atención, spoilers) que la escena final no será (como pasaría en cualquier insulsa película actual) la partida final entre Tell y el ganador de los ganadores, ese irritante jugador que se autojalea con un (odioso y metafórico) “viva, América” que suena a falso e irreal.

Con un presupuesto muy ajustado (uno de los productores es Martin Scorsese, por cierto) que no se nota en absoluto, ‘El contador de cartas’ es un filme en el que brilla especialmente Oscar Isacc como el hombre de hielo que vive interiormente su propio infierno, así como una banda sonora en la que tienen un valor trascendental las canciones compuestas expresamente para la película por Robert Levon Been. Sorprende la frescura de los planos y encuadres en un tempo narrativo pretendidamente lento y desesperanzado. Su ritmo, no a prueba de todos los gustos, es una de las apuestas más arriesgadas del filme junto con las sorprendentes y grotescas secuencias que reproducen las torturas en Abu Ghraib rodadas con efectos de imagen comprimida y aplanada para incrementar su carácter de pesadilla.

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No hay espacio, sin embargo, para el pesimismo. El filme concluye con un rayo de esperanza y la constatación de que la vida es mucho más apasionante y sorprendente cuando no se cuentan las cartas, cuando se recibe una visita que no se esperaba, cuando uno se deja llevar por la vida.


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