El caminante contemplaba las profundas gargantas que se abrían ante sus ojos, plenos de belleza y sorpresa. Sentado en aquel remanso, dejaba que las gélidas aguas de los glaciares acariciaran suavemente sus pies descalzos. Junto a él, sus viejas y gastadas botas, descansaban también, botas de hojarasca y collados abiertos, de rocas calizas de las cumbres, de arenas de las playas, del barro de los caminos sabios, de la libertad y la armonía de la montaña. Ir al blog
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