Apenas queda un mes para una nueva edición del festival de cine documental musical Dock of The Bay y las redes sociales del certamen empiezan a llenarse de jugoso contenido. Que si la composición del jurado de este año, la número 15; que si la presentación de varios carteles animados del estudio donostiarra Primo, entre los que se encuentra un divertido montaje de los Beatles de la época del Rubber Soul; las presentaciones de libros; las actividades paralelas, casi tan importantes como las películas que se presentan a concurso; los conciertos, los performances, la radio en directo… En fin, un trajín que antecede a una fiesta de cine y música que en esta ocasión se traslada de enero al mes de mayo, del lunes 2 al sábado 7, en busca de acomodo primaveral.
Eva Rivera, directora del festival, atiende a DONOSTITIK en medio de una vorágine a la que es difícil acostumbrarse pero en el que se repiten ciertos patrones. Si en ediciones pasadas tenían que tener todo atado para antes de las fechas navideñas, ahora la Semana Santa actúa como barrera en una carrera a contrarreloj. Un mensajero llama a la puerta: traen material de oficina. Se marcha. Tres lustros después el Dock sigue entre nosotros. ¿Habrá algo que ha perdurado en todo este tiempo? ¿Han cambiado muchas cosas? Rivera echa la mirada atrás. «El espíritu se ha mantenido intacto. Se ha creado una comunidad en torno al festival, eso no se ha perdido, sino que seguimos con la misma ilusión que al principio. La gente se conoce y se saluda, hay una interacción entre todos, público y festival. Es maravilloso”, subraya.
Básicamente, el mismo grupo humano (cinéfilos, melómanos, gestores culturales) forma el equipo del Dock of The Bay desde sus inicios. Las líneas maestras las marca su directora. En los últimos tiempos, el festival había dado un paso adelante con una programación más arriesgada introduciendo temas sociales y políticos y, al mismo tiempo, abriéndose a un cine más arty y poco comercial que escapa de la idea que se tiene de un documental musical al uso.
La apuesta es arriesgada: este es un festival minoritario con un público muy concreto y que en el pasado ha visto en peligro su propia supervivencia. La etiqueta de festival pequeño en una ciudad de grandes eventos puede llegar a ser un lastre. A estas alturas, Dock of The Bay acepta su humilde condición con deportividad y sacan pecho de sus logros. “Es lo que somos. A veces he tenido la sensación de que podíamos optar a ser más grandes y a crecer lo máximo posible”, reflexiona Rivera, que se lamenta de las películas que no ha podido traer por falta de medios y envergadura.
Sin embargo, el debate sobre el tamaño ya es agua pasada. Ha llegado el momento de la “aceptación”, dice su responsable. ·”Somos lo que somos: un festival casi artesanal. Es un orgullo que así sea. Luchamos por seguir adelante edición tras edición”. A cambio de un esfuerzo titánico y de tener que sudar la gota gorda, gozan de total libertad “para poder decidir libremente lo que que queremos ofrecer a la gente”.
El texto de presentación de la decimoquinta edición, firmado por la propia directora, resume el sentir del proyecto. Todo empezó un 30 de noviembre de 2007. La película elegida: Make it Funky! “Han pasado ya 15 años desde entonces. Son recuerdos que me estremecen, que me emocionan. Añoro el desparpajo de aquella primera edición, añoro nuestro asombro al ver la sala llena, al sentir que un embrión de algo más grande comenzaba a gestarse. Pero lo que no añoro es la ilusión. Porque esa ilusión ha permanecido perene edición tras edición y en esta que ahora emprendemos sigue a flor de piel”.
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