Mario Pellico de la Fuente es fisioterapeuta especializado en neurorrehabilitación. Responsable del Grupo de Trabajo sobre Envejecimiento Saludable del Colegio Oficial de Fisioterapeutas del País Vasco, sigue con atención el futuro de la playa de vías de Amara-Easo y cree que su diseño es una oportunidad para reflexionar sobre cómo construimos una ciudad que cuide.
Usted es fisioterapeuta experto en neurorrehabilitación y envejecimiento saludable. ¿Cómo conecta su trabajo con la manera en que se diseña y se vive una ciudad?
La ciencia nos dice claramente que la sanidad ha de estar en la calle, pues los cambios que podemos producir en el laboratorio no son nada relevantes si no se trasladan al día a día. En neurorrehabilitación y envejecimiento saludable esto cobra aún más importancia, pues trabajamos con personas habitualmente mayores o con gran discapacidad. ¿Cómo empoderar para que salgan a la calle y exploren sus capacidades?, el entorno es la respuesta. Con la rehabilitación urbana que viven muchas ciudades, tenemos una oportunidad de oro para generar espacios que mejoren la vida de quienes los habitan.
Usted ha mostrado mucho interés en este sentido por el plan de la playa de vías de Amara…
Siempre he sido defensor de la participación ciudadana. Si se abre esta opción, no podía hacer ese ejercicio de hipocresía y no compartir abiertamente una visión que creo que puede ser muy interesante para la ciudad y sus habitantes. La playa de vías es una oportunidad única por su tamaño y ubicación. Puede ser un proyecto pensado para personas mayores y exportable como modelo. Propongo un parque para potenciar capacidades de personas con discapacidad o interesadas en envejecer de forma saludable: un espacio público para la habilitación y rehabilitación al aire libre, útil para agentes sociales y de salud. No hablo solo retos físicos: también cognitivos, sensoriales, espacios de esparcimiento, circuitos específicos. Un complemento a los actuales “parques de mayores”, con un enfoque mucho más completo.
¿Qué peligros o carencias observa si no se tienen en cuenta estas necesidades desde el principio?
El riesgo es perder la oportunidad. La sociedad envejece, la generación del baby-boom ya se jubila, con recursos y deseo de cuidarse. Si no se actúa, el gasto sanitario y social será enorme e inasumible. La esperanza de vida sube, pero también los años vividos con discapacidad. El reto es reducir esa discapacidad al mínimo.
¿Es habitual que los procesos participativos no recojan adecuadamente la voz de las personas mayores?
Sí. Muchos procesos se centran en canales online y las personas mayores quedan fuera. También las vías de información son digitales y no les llegan. Por eso se agradecen procesos presenciales como los de la playa de vías Amara.
Si pudiera redactar un “decálogo” básico para una ciudad amigable con las personas mayores, ¿qué incluiría?
Espacios públicos seguros, accesibles y fáciles de recorrer. Bancos ergonómicos cercanos. Áreas verdes estimulantes. Espacios que reduzcan la soledad. Equipamientos para actividad física adaptada y saludable. Servicios de proximidad accesibles sin coche. Transporte público sencillo y adaptado. Viviendas que permitan envejecer en casa. Tecnología urbana fácil de usar. Participación real de las personas mayores en el diseño de su ciudad. Para mí, el más importante es este último.
¿Cuáles son los errores más habituales del urbanismo actual respecto a las personas mayores?
Lo que beneficia a unos perjudica a otros. Un ejemplo: los pavimentos podotáctiles ayudan a las personas invidentes, pero pueden ser un obstáculo para quienes tienen dificultades de movilidad. La clave está en contar con las personas mayores para diseñar el espacio. Todavía hay visiones paternalistas. Otro reto es pasar de espacios accesibles a espacios útiles y enriquecedores. Y por otro lado está la gran olvidada, la discapacidad intelectual o el autismo. También necesitan entornos pensados para ellos: pictogramas, sistemas alternativos de comunicación, claridad espacial. Lo esencial es contar con la opinión de quienes van a usar el espacio.
¿Cómo influye el diseño urbano en la movilidad, independencia y salud de las personas mayores?
Los humanos somos sociales, pero también temerosos. Muchos exteriores son hostiles, y la mayoría de personas mayores son peatones. Si el espacio es seguro, accesible y agradable, se sentirán más cómodos y lo usarán más, favoreciendo la relación social y el contacto con agentes comunitarios y de salud. Esto mejora la calidad de vida y reduce la demanda de servicios sociales y sanitarios.
¿Qué ejemplos -locales o internacionales- le parecen inspiradores?
El proyecto ENJOY de Australia, que reduce riesgo de caídas y mejora salud. Manchester y Copenhague, que usan el espacio público como herramienta de prevención. Los Maggie’s Centres en Reino Unido, donde jardines sensoriales ayudan a personas con cáncer.
Para mejor nuestras ciudades, ¿qué debería cambiar primero?, ¿la normativa, la mentalidad técnica o la cultura ciudadana?
Todo debe ir de la mano. Las leyes necesitan actualización. La sociedad es cada vez más individualista, aumenta la “violencia” hacia personas mayores o con discapacidad. Cuantos más niveles trabajen juntos -instituciones, legislación, sociedad- mejores respuestas daremos.
¿Qué mensaje lanzaría a las instituciones que diseñan nuevos espacios urbanos?
Que pregunten, pero de verdad. No desde la visión paternalista. Que consulten a quien va a usar el espacio y a quienes aportan visión social, sanitaria o económica. Y que después respondan, expliquen y devuelvan la información. Todos tenemos derecho a colaborar en el diseño de la ciudad.



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