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Solidaridad

“Las familias de acogida no tenemos ayuda de ningún tipo”

Alejandra Arrieta forma parte de los gipuzkoanos solidarios que han decidido abrir su hogar a quienes huyen de las bombas de Ucrania; denuncia que ha seguido todo los cauces oficiales pero no sabe nada de las instituciones, igual que en todos los casos que conoce

De izquierda a derecha, los nuevos donostiarras Valeri, Anastasia y Valentina, que llegaron con lo puesto, y su nueva ‘madre’, Alejandra. Foto: cortesía Alejandra Arrieta.

Todo empezó en el sofá, delante de la tele, con las noticias puestas. Las imágenes que llegaban de la invasión rusa de Ucrania “me afectaron bastante. Una guerra en este siglo y en Europa: me parece tremendo”. Así que “no me lo pensé mucho”, y la donostiarra Alejandra Arrieta decidió dar el paso. Tiene seis hijos pero también «la suerte de vivir en una casa grande”, le cuenta a DonostiTik, y se inscribió en las listas oficiales del Gobierno Vasco para acoger a refugiados ucranianos.

Y aún hoy, “a mí no me ha llamado nadie, ni parece que lo vayan a hacer”. Eso a pesar de que, desde el viernes 18 de este mes, su familia se ha incrementado en otras tres personas: Valentina, la madre, y sus hijos Anastasia y Valeri, de 15 y 17 años. Y los recién llegados del Este no han encontrado un nuevo hogar por ninguna vía oficial, sino por la pura la solidaridad de los gipuzkoanos de a pie.

Sucedió muy rápido. Alejandra, en contacto con la asociación de acción social Oriaberri, llegó a una guardería de Irun cuya responsable (que tiene “un corazón enorme, como todos los que la han ayudado con sus donaciones”) consiguió organizar un autobús para traer a Gipuzkoa ucranianos que habían tenido que dejar su país.

Cuando hay disparos de por medio, todo se precipita. Pero a la chica de la guardería “le habían dicho las instituciones que le ayudarían a colocar a quienes vinieran en casas de acogida”. No fue así, asegura Alejandra, sino que se encontró con un autobús lleno de gente sin destino claro: “De las instituciones no le hicieron ni caso, y todo se ha movido por el boca a boca”. Así que a ella misma “me avisaron un jueves por la tarde-noche”, el día 17, “de que llegaban el viernes”.

Sus tres nuevos familiares apenas hablan muy poquito de inglés, pero “nos entendemos porque están los móviles y el Google Translate”, con eso funcionan “superbién” para comunicarse. Y aplaude la actitud de los colegios de sus propios hijos, porque han aceptado que sus adolescentes ucranianos vayan a clase sin trabas, ayudando a que la adaptación a su nueva y súbita vida sea lo menos traumática posible.

«Vas a todas partes y no tienen ni idea»

Pero, por más que haya tratado de seguir todos los cauces oficiales, Alejandra y su familia están haciéndolo todo por su cuenta. “Como familias de acogida, nos quejamos de que no tenemos ni ayuda económica ni de ningún tipo. A mí me ayuda mi gente de alrededor, que se porta maravillosamente”. Pero “soy yo quien lo está gestionando todo” como particular, sin apoyo público alguno.

Y el suyo no es un caso aislado ni mucho menos, subraya. Está en contacto con otras familias en la misma situación y que se han ido conociendo, “tenemos un chat en común”. Y el sentir general es este: “Nos sentimos muy solas”. Las instituciones aparecen en los medios hablando de los recursos y esfuerzos que dedican a la acogida de refugiados, pero su experiencia es que “no están haciendo nada. Vas a todas partes” a tramitar cualquier cosa “y no tienen ni idea de nada”.

“Nos quejamos de cosas muy tontas”, subraya, como que los refugiados “deberían tener el transporte gratuito. A mis seis hijos se me han sumado otros tres hijos más”, en este y otros muchos aspectos. Pero eso, “¿quién paga? Yo”.

“No están ilegales”

Es más, no solo no reciben ayuda de las instituciones, sino que estas “hacen ver que, si acoges de forma particular, estás infringiendo la ley, cuando no es así”. En su caso, explica, los tres ucranianos se inscribieron en el registro oficial de la frontera, donde les dieron un permiso de refugiado de tres meses. Ahora está a la espera de su cita con la Policía (“que está colapsada, porque hay mogollón de gente así”) para tramitar su situación de refugiados de guerra por un año ampliable a tres, lo que a la vez les daría permiso de trabajo. “No están ilegales”, recalca.

Pero lo que más le sorprende es que hay miles de personas apuntadas para acoger ucranianos en Euskadi: “¿Cómo se van a quedar familias en la calle, habiendo gente dispuesta?”. Tampoco están llamando, sigue Arrieta, a quienes poseen segundas residencias vacías y está poniendo sus casas “a disposición del Gobierno Vasco”. A lo máximo que parece aspirarse desde la vía institucional es a que metan a los recién llegados “en un albergue. Es de agradecer que tengan una cama donde dormir, pero eso no es mantenible en el tiempo”.

Una de las conocidas de Alejandra se ha puesto en contacto con la Delegación del Gobierno central en Euskadi para quejarse precisamente de la falta de apoyos. Y ha recibido respuesta en una misiva firmada por el delegado del Ejecutivo, Denis Itxaso, en la que lamenta los quebraderos de cabeza que le está causando la situación. Itxaso le pasa la pelota al Gobierno Vasco, que según dice es el encargado de coordinar este tema, pero añade que va a trasladar su inquietud “a la mesa de seguimiento para la acogida de personas refugiadas de Ucrania, un órgano del que forman parte los gobiernos central y vasco, y diversas ONGs. Confío en que en esta mesa de seguimiento nos podrán ofrecer algún tipo de solución”.

Volvemos a la pantalla de Alejandra. Antes de que su vida también cambiara de pronto, “yo veía la tele y decía, cómo se está portando el país. Pero el Gobierno tampoco está haciendo nada”. Después de la soledad oficial que ha sentido en sus carnes, duda de las intenciones reales de las instituciones. “Para ser sinceros”, su experiencia le está diciendo que las instancias superiores prefieren que, “cuantos menos vengan, mejor”.


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