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Los ricos también lloran en ‘Las niñas bien’

La directora mexicana Alejandra Márquez Abella construye en ‘Las niñas bien’ un contundente relato sobre la vacuidad, la frivolidad y la vida ‘regalada’ en un filme en el que los personajes se comunican a través de los objetos

Una escena de ‘Las niñas bien’.

México, 1982. Los ricos también lloran. Esa es la dura y triste realidad de Sofía de Garay, la más elegante, la más envidiada de la ‘jet set’. Su vida parece sacada de una revista del corazón. Goza de una acomodada posición económica y de un matrimonio perfecto con su esposo, un reputado empresario. Además, está contenta porque para su fiesta de cumpleaños, uno de los acontecimientos sociales de la temporada, va a lucir un impresionante vestido color marfil que compró en Nueva York (siempre adquiere sus trajes de noche y de fiesta en el extranjero para que nadie se los pueda copiar). La casa está preciosa y todos la miran con admiración. Pero, ay, le falta algo que le impide disfrutar como merece: ella sueña con que entre los invitados esté Julio Iglesias… que la tome de la mano, que la diga que la ama, “que me lleve con él a España”, a las islas Baleares, al Corte Inglés…”. No se puede tener todo en la vida y ella no se resigna.

Pero la pobre Sofía de Garay no es consciente de que su (casi) perfecta vida se va a tambalear a causa de una (supuestamente) anodina noticia emitida por la radio: “El valor del dólar vuelve a subir. Noticia devastadora para la economía mexicana…”.

La directora Alejandra Márquez Abella construye en ‘Las niñas bien’ un contundente relato sobre la vacuidad, la frivolidad y la vida ‘regalada’ no exenta de crítica, pero también (y eso es lo verdaderamente interesante de este filme) construyendo cierta empatía y admiración hacia el personaje protagonista (una soberbia Ilse Salas) hasta el punto de desear, como espectadores, que su desesperado plan para volver a ocupar el trono social salga bien. Porque de eso va también ‘Las niñas bien’, de esas estúpidas tretas y argucias por mantener intacta su influencia social y, por supuesto, su gran sueño de conocer e iniciar un romance con Julio Iglesias. Prisionera casi en un chalet en el que el servicio ha huido en desbandada, sin tarjetas de crédito y convertida en el foco de los más hirientes cotilleos, Sofía de Garay se ha transformado, en una bonita correspondencia con el celebrado filme de ‘Parásitos’ del coreano Bong Joon-ho, en una heroína que luchará con todas sus fuerzas y todo su ingenio (desplegando su glamur y elegancia de su fondo de armario, por supuesto) para acomodarse a los nuevos tiempos y volver a la cima. Porque para ella sólo hay una verdad absoluta en la que ha sido criada toda su vida: “Todas queremos vivir como princesas”.

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Adaptación a la pantalla de la propia directora de un libro de Guadalupe Loaeza, el notable acierto con el que la cineasta Alejandra Márquez Abella construye ese nexo de simpatía del público con Sofía se debe a una casi imperceptible pero incisiva crítica que realiza de la sociedad de aquella época en la que, como el personaje de Daisy de ‘El gran Gatsby’ de Francis Scott Fitzgerald, las mujeres son conscientes de que deben ser muy guapas y muy tontas para no sufrir en un mundo en el que son relegadas a un mero papel decorativo.

Márquez Abella despliega con mimo en esta película de perfecta sintaxis cinematográfica un interesante juego en el que los personajes se comunican a través de los objetos (el peinado, las uñas, la ropa) y se cuidan muy mucho de expresar lo que están pensando en realidad.

Todo ese mundo de blusas, vestidos y bolsos, de gafas de sol, anillos y otras joyas, muchas veces mostrados en primerísimos primeros planos, hacen ver de forma mucha más clara cómo toda esa ‘Casa de muñecas’, poco a poco, se resquebraja y encuentra su más irónico contrapunto en la gran Sofía de Garay recogiendo agua para ducharse de la piscina climatizada con un cubo porque las conducciones de agua no funcionan.

Sofía, como en la canción de (por supuesto, Julio Iglesias), sabe fehacientemente que “de tanto ocultar la verdad con mentiras, me engañé sin saber que era yo quien perdía…”. Se ha olvidado de vivir.

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¿Estamos ante una nueva Sofía de Garay? ¿Una dispuesta a tomar las riendas de su vida, incluso haciendo concesiones a lo que siempre ha considerado socialmente como el epítome de lo vulgar? Recuperar su trono bien lo merece.

Lo que no es nada vulgar, sino todo lo contrario, es el exquisito trabajo de realización de Márquez Abella sustentado claramente en una muy trabajada dirección de arte que recrea con esmero esos años del capitalismo feroz de los años 80 con la nostálgica complicidad de una dirección de fotografía que recrea a la perfección la coloración de las fotos que nos han llegado de aquella época.

Sin duda, ‘Las niñas bien’ es uno de esos filmes que se saborean con gusto, que hacen pensar y que dan pie a muy diversas interpretaciones, tantas como espectadores. Lo bonito es dejarse llevar, coger la mano que nos tiende el seductor Julio Iglesias y, por qué no, aceptar su propuesta de vivir la ‘dolce far niente’ sin complejos ni preocupaciones.


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