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Un resquicio de verano en Urgull

Urgulleko polborina no acusa el mal tiempo. Su terraza se llena todos los días con actuaciones en directo, djs y unas vistas espectaculares

“Venimos porque es un lugar muy agradable. Está ubicado en un entorno precioso. Hay un ambiente genial, los dueños son muy majos y gestionan la terraza muy bien”. Naia Ros y Aizpea Lizarazu apuran sus mojitos junto a un hummus semivacío que les ha solucionado el picoteo. Estas dos amigas donostiarras frecuentaron el polvorín a principios de verano, pero han venido menos de lo que les hubiera gustado: “Hay días que está completamente lleno y es imposible coger sitio”, avisan.

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Para ser un lunes grisáceo de verano, la terraza luce un aspecto estupendo. Debajo de las sombrillas blancas que colonizan el espacio la gente charla animadamente y en muchos casos acompañan sus bebidas con un aperitivo. En los altavoces del bar suenan varios temas de rock steady, la sensual música de origen jamaicano que popularizaron artistas como Alton Ellis en los años 60. La cola para pedir una consumición en la caseta del bar se retuerce y adquiere la forma de un ciempiés. El euskera es el idioma predominante entre un público que abarca una horquilla de 25 a 45 años.

Desde una de las cimas del monte Urgull el mar está como un plato, en calma, perfecto. “Hay mucha gente que sube sola simplemente a ver qué ambiente hay. Un día te puedes encontrar un concierto de rock y en otro hay un dj pinchando”, dice Inar, un treintañero que en 2017 se alió con Ximon, Unai, Ander y Mañel para llevar las riendas del espacio. Estos cinco amigos “de la cuadrilla” ganaron el concurso público convocado por el ayuntamiento de San Sebastián y suelen organizar pequeños eventos musicales, también en tiempos de coronavirus. Desde hoy martes hasta el viernes han programado una serie de djs y actuaciones, a las 17:30 horas, que el público disfrutará sentado en sus mesas.

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Urgulleko Polborina, su nombre oficial, abre desde las 11 de la mañana a las 20:50 horas. El bar suele estar operativo desde «antes de Semana Santa hasta el mes de noviembre». Sus responsables alargan unos minutos la jornada de trabajo y de esta manera dejan todo listo para el día siguiente. Los repartidores suben en sus vehículos las bebidas y las comidas (solo platos fríos) hasta la explanada del castillo de la Mota. Del resto -“limones, mojitos, hielos”- se encargan de transportarlo a pie los cinco dueños del bar. En un cartel que cuelga de la fachada de piedra del bar figuran los aperitivos del día: patatas bravas, guacamole, sándwich de atún, wrap de pavo… De todo lo que estaba previsto se ha caído el ceviche de langostinos, tachado con una raya horizontal. Los precios van desde los 1,50 euros de la galleta a los 8 euros del ceviche. La carta de bebidas es amplísima y viene en cuatro idiomas.

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Antes del COVID todo era más bullicioso y espontáneo. La terraza se llenaba hasta la bandera, incluidos los muretes de los bordes donde las piernas de los asistentes se balanceaban como péndulos sobre la bahía. Los eventos tenían un ambiente relajado, festivo. En la terraza ha llegado a reunirse una brass band con 14 integrantes. Recientemente han vuelto las jam sessions, una de las actividades estrella del polvorín y donde los músicos van y vienen despreocupadamente. Pese a las limitaciones pandémicas, la filosofía sigue siendo muy parecida.  «No cerramos toda la programación para que en el calendario podamos rellenar algunos huecos que van surgiendo sobre la marcha», continúa Inar.  “El año pasado hubo un parón, pero este año estamos trabajando muy bien. Nos han ampliado un poco el aforo, la gente responde y se crea muy buen rollo. Estamos contentos”, resume.

El no verano donostiarra afecta mucho menos de lo que parece a este lugar. Mientras el tiempo siga nublado y no llueva la gente seguirá subiendo hasta el polvorín. El plan playero siempre puede aparcarse un día más. Otro día más. Hacia las 19 horas todas las mesas están ocupadas. Sigue llegando gente. Hace unos 20 grados, la brisa es suave. Es agosto en Donostia. La música jamaicana aún flota en el ambiente. Una pareja de turistas pregunta a uno de los dueños por un sitio libre. Si esperan unos minutos podrán sentarse en una mesa y tendrán la Concha a sus pies.

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