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Una celebración muy Real (y discreta)

Días de nervios, emoción y, finalmente, alegría. Donostia festeja con cautela el triunfo de Copa

A Iñigo lo que en realidad le gusta, lo que le mueve por dentro, es la música soul, los años 60 y todo lo que rodea a la cultura mod. Su bar, Art Café, es un bar de barrio con detallitos ornamentales de esa Inglaterra que un día fue y caló hondo en los jóvenes que buscaban acción: imágenes de la película Quadrophenia, un hammond, los Beatles y hasta tiene el típico papel pintado estilo inglés en la pared. Su barra -una hermosa tortilla de patata, un surtido de bocadillitos-, su clientela -principalmente vecinos de la zona- y su cercanía con el estadio de fútbol imprimen a su vez identidad local y realzale. En este local de Amara, dos días después de la final de Copa, se ha vivido la victoria con discreción y perfil bajo, como mandan los tiempos pandémicos. Iñigo destaca la visita de su “cuadrilla más futbolera”, la peña Piña, fieles clientes del Art, que han dejado una pegatina a modo de recuerdo en el teléfono del bar.

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En los alrededores de Anoeta, sus bares más populares (Gol, Sacha, Maite) mantienen el colorido txuri-urdin mientras los primeros clientes de la mañana ocupan sus terrazas. Las conversaciones siguen girando en torno al partido y se asimila, ahora sí, que la Real es campeona. 48 horas antes los nervios estaban a flor de piel. La Parte Vieja contenía las ganas de fiesta en sus principales arterias y las bufandas de la final se mezclaban con camisetas de ambos equipos. En la farmacia de la calle Narrika confirman que el goteo de clientes ha sido continuo con una presencia importante de hinchas del Athletic. «Esta mañana mucha gente de Bilbao ha pasado por aquí», cuentan.

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La gente desfila con sus camisetas, la plaza de la Trinidad acoge a varios grupos de aficionados que se sientan en las escaleras. Solo en la calle Ikatz o Juan de Bilbao se desataba la euforia. Las imágenes recuerdan a la de otros años. Una marabunta de jóvenes se adueña de la calle con cánticos, gritos y felicidad desbordada. Se vienen arriba con uno de esos himnos que salen escopetados de las gargantas de los forofos. “No me importa lo que digan / lo que digan los demás / cada día te quiero más / ¡Real! ¡Real!”. Para caminar y no dejarse arrollar por la jauría solo queda una opción: regatear uno por uno a tus oponentes, como si fueras Leo Messí. La de la Ikatz es la estampa de la excepción.

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A no muchos metros de allí, en el antiguo convento de Santa Teresa, el fútbol es un deporte que se juega en una galaxia muy lejana. Sede del Instituto de Arquitectura de Euskadi, donde hasta 2020 habitaron las Carmelitas Descalzas en régimen de clausura, una exposición sobre las tres capitales vascas ofrece una curiosa visión acompañada de textos escritos por gente del mundo de la cultura, el arte y la ciencia. En una imagen de la Torre de Atotxa, el periodista Ander Izagirre escribe sobre el reverso de una postal un nostálgico texto futbolero que, de alguna manera, enlaza con la final de Copa. “Sabes que los ciclistas donostiarras deberíamos odiar el fútbol incluida la REAL, pero también se supone que todos deberíamos odiar esta torre y la queremos como se quiere a un hijo feo”, se lee al final. Aunque uno lo desee con todas sus fuerzas, en San Sebastián no se puede escapar de la Real. Hasta los andamios de las obras se cubren con una tela de color blanquiazul.

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El ambiente antes del partido era de calma tensa; después, la alegría se había metabolizado durante la noche del sábado. El domingo, una plaza tan concurrida como la de José María Sert del Antiguo, amaneció como un día cualquiera. En el Lobo, muchas veces hasta la bandera, trabajaron con “normalidad”. Salvo algunas camisetas de la Real más de la cuenta y las sonrisas de oreja a oreja, parecía otra jornada festiva.

En la memoria (y en el corazón) quedan algunos detalles, las anécdotas más recordadas de la final. Como las lágrimas de Oyarzabal. El gesto de Muniain. O, cómo no, el discurso en modo hincha de Imanol en la rueda de prensa. Un Seat León se detiene en la calle Urbieta a la altura de la Avenida. Un joven baja la ventanilla y se inicia una conversación. Está hablando con su madre y lo bueno llega al final:

-A ver ama, ¿cómo fue lo de Imanol?
-Erreala ale, irabazi arte beti egongo gara zurekin.
-¡Diossss!- finalizan desde el coche.
-¡Diosss!

Más adelante, en la plaza Easo, encima de una nueva pastelería Aramendia, una camiseta txuri-urdin con el número 12 cuelga en el interior de un balcón de cristal. El nombre impreso en la espalda lo dice todo: «Lehialtasuna» (fidelidad).

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