El caminante marchaba pausadamente por la sucesión de bellas y dulces praderas de altura que aquella mágica sierra le regalaba.
Marchaba, disfrutando de cada paso que sus viejas botas daban sobre la mullida hierba de verde intenso.
Marchaba imbuido en sus pensamientos, ésos que tan solo determinados lugares especiales, son capaces de hacer florecer. Caminando por aquellos parajes, todo se veía de una perspectiva diferente, todo adquiría otra dimensión.
Marchaba por uno de esos caminos que poseen otra traza, diferente a cualquier otro camino de cualquier otra montaña de cualquier cordillera del mundo en la que había marchado, era un camino conocido, querido, íntimo. Ir al blog, aquí.