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“El Bellas Artes será un pastiche, una metáfora que explica en qué se está convirtiendo Donostia”

El arquitecto donostiarra Jonander Agirre, que protagonizó una sonada campaña contra su derribo en 2013, reflexiona en esta entrevista sobre el presente y futuro del edificio

Mientras se le añaden nuevos capítulos al interminable contencioso del Bellas Artes -el penúltimo: la paralización cautelar del derribo interior del edificio-, Jonander Agirre Mikelez se detiene y reflexiona, enciende las luces largas. Huye tanto de los debates estériles como del maniqueísmo que se ha impuesto alrededor del futuro alojamiento turístico. Agirre marca distancias con la asociación proteccionista Ancora: “No creo en la idea de patrimonio, es poco democrática y muy problemática. Se están desmantelando las herramientas del planeamiento en la ciudad y se ha impuesto una privatización de la gobernanza municipal. Ahí está el foco”, explica. El arquitecto donostiarra, de 32 años, es una voz cualificada en todo este asunto: en 2013 promovió una campaña en la plataforma Change.org posicionándose en contra de su derribo que obtuvo más de 10.000 adhesiones. Acaba de recibir una mención especial del premio Peña Ganchegui a la Joven Arquitectura Vasca por un «discurso personal que lo lleva a construir una nueva mirada sobre el patrimonio arquitectónico y los procesos sociales que propician su recuperación».

¿Por qué el Bellas Artes es un edificio valioso y querido? ¿Qué es lo que lo hace especial?

Desde mi punto de vista el Bellas Artes lleva 50 años en un limbo porque se ha convertido en un símbolo. Es el edificio que corona el ensanche, construido 100 años después de la destrucción de la ciudad en 1813 y, por lo tanto, un símbolo de la reconstrucción. Ha habido múltiples intentos de derribar el edificio, la ultima hace 9 años, cuando estaba a punto de cumplir 100 años, y siempre se ha paralizado su derribo gracias a fuertes presiones populares. Hay una clarísima perspectiva nostálgica donostiarra hacia la Belle Époque que simboliza el Bellas Artes; tiene más que ver con un gran escepticismo hacia la ciudad que se está abriendo paso que a un fuerte apego a lo existente.

Lideraste una petición en change.org contra su derribo. Fue un pequeño hito local. ¿Qué recuerdos guardas de aquel proceso?

Para mí fue un proceso muy emocionante y un gran aprendizaje. Empezó de forma totalmente espontánea en esos años de ebullición política durante la crisis y poco a poco fue creciendo hasta llegar a algo que ya no controlaba. Me gustó ver que se puede influir en la política local más allá de los partidos. También es verdad que cuando entras en este tipo de luchas te das cuenta de cuán podrido esta todo; ves cómo te trata el DV, ves la actitud de todo tipo de políticos, las presiones que ejercen… Gente que pretende acercarse a ti para utilizarte y todo tipo de cosas que hablan mal de muchas personas.

¿Volverías a hacer algo así? Me parece haberte escuchado alguna vez, la última en una charla sobre la periferia donostiarra en el Instituto de Arquitectura de Euskadi (IAE), que no, o al menos no de la misma manera.

Si, algo dije sobre esto. No lo haría de la misma manera. Creo que la base del problema no está en un edificio, sino que es generalizado y que, por lo tanto, la lucha tiene que ser en una escala mayor y desde una lógica municipalista. El proceso me dejó una sensación de profunda decepción con el sistema de partidos. Según han pasado los años te das cuenta de lo hipócrita que es todo. Si analizas el proceso del Bellas Artes, ves que todos, desde la izquierda abertzale hasta el PP, han tenido una actitud oportunista en su posición con el edificio; según el momento, y dependiendo lo cerca o lejos que estuvieran de las posiciones de poder, callaban o utilizaban el caso como ariete contra el gobierno. Esto habla de la autoridad de la SADE y de lo poco que creen los diferentes partidos en los poderes municipales y sus herramientas.

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¿Las idas y venidas sobre el grado de protección del inmueble han sido la clave del proceso?

No, yo creo que eso es una cortina de humo. El Plan Especial de Protección del Patrimonio Urbano Construido (PEPPUC) ya ha demostrado ser inútil en varias ocasiones. Pone trabas a quien no puede permitirse un pleito y deja hacer a quien tiene capacidad de presionar. El problema de base es el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 2010, que permite la construcción de 4 plantas de sótano en cualquier edificio. Esto fomenta el vaciado completo de edificios de planta regular en la mayoría de los casos, pero cuando son edificios en esquina los condena. Los de Miracruz 19, la esquina de Aldapeta y el Bellas Artes son los más sonados.

¿Cómo se soluciona esto?

Si se quieren evitar estas lógicas extractivas en la ciudad tendríamos que estar muy pendientes de cómo se redacta el nuevo Plan General, que, si no me equivoco, ha empezado ya.

¿El Ayuntamiento ha terminado cediendo ante los intereses empresariales y/o especulativos de la empresa SADE?

No diría que ha cedido. El proyecto político del Ayuntamiento y el que empuja la SADE es el mismo y lo estamos viendo con la implantación masiva de hoteles en toda la ciudad.

Hay quien plantea el debate de la siguiente manera: mejor hacer apartamentos turísticos que dejarlo pudrir otros 30 años…

Yo me pregunto cómo hemos llegado a asumir que esos son los términos del debate. Lo que sí creo que el tema es complejo y que las soluciones nunca han sido sencillas. La SADE nunca iba a aceptar no ocupar toda la edificabilidad posible y con un uso rentable, por lo que la solución privada nunca ha sido real si el objetivo era mantener el edificio. En sí, la única solución pasa por la compra del edificio y parece que es una línea que nadie se ha atrevido a cruzar. Hoy en día se hace en Barcelona con multitud de edificios y es costoso, sí, pero necesario en muchos casos.

Desde tu experiencia y formación, la reforma prevista, derribando interiores y modificando la estructura y su fachada, ¿terminará por desfigurar el Bellas Artes?

Yo siempre defenderé que eso será una cosa completamente diferente. No hay quien se crea que un cine del siglo XX y su ampliación con decenas de habitaciones y 4 plantas de garaje va a ser lo mismo. Un cine no tiene ventanas, un hotel necesita al menos una por habitación. Lo que sí será es un pastiche que querrá aparentar lo que no es; en cierta medida es una gran metáfora que explica en qué se está convirtiendo esta ciudad.

¿Qué hacemos?

Las ciudades cambian y si se van a hacer apartamentos pues habrá que asumir que va a ser un edificio completamente diferente. Es más, deberían derribarlo entero y ser consencuentes, en vez de esconderse en la idea de que van a “respetarlo”. No quiero decir con esto que yo sea favorable al derribo; quiero decir que es muy tramposo asegurar que lo vas a dejar igual, que los vas a “respetar”, cuando vas a cambiarlo todo.

¿Estamos dilapidando nuestro patrimonio arquitectónico a marchas forzadas o no es para tanto?

Para mí el mayor problema es la pésima calidad de las intervenciones que se hacen sobre los edificios. Los arquitectos que trabajan mano a mano con promotores, ayuntamientos y el poder en general en esta ciudad están generando una arquitectura mediocre que llama la atención por su pobreza. Pensemos por un momento en Miracruz 19, o en villa Almudena o la ampliación de la ultima casa de la Concha que ahora es el hotel Villa Favorita, o la mayoría de edificios de San Bartolomé. Se podría organizar una ruta muy nutrida de ejemplos de malísima arquitectura.

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