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El mítico circuito de carreras de Lasarte cumple un siglo

El evento se situó en el epicentro del automovilismo mundial y proyectó a San Sebastián a la "pole position" de las más exclusivas capitales del momento

Circuito de Lasarte en 1923, imagen de Pascual Marín en la Kutxateka.

(Carlos López Izquierdo/EFE). Glamour y velocidad fueron los irresistibles ingredientes que, hace ahora exactamente un siglo, situaron al circuito de carreras de Lasarte en el epicentro del automovilismo mundial y proyectaron a San Sebastián a la «pole position» de las más exclusivas capitales del momento.

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Circuito de Lasarte en 1923, imagen de Pascual Marín en la Kutxateka.

Unos «Locos años 20» en los que, contagiada de la euforia expansiva del capitalismo americano tras el final de la Primera Guerra Mundial, Europa vivió su propia fiebre desarrollista como una época de confianza económica y social de la que los bólidos de carreras se convirtieron en verdaderos iconos industriales y tecnológicos.

Escuderías entonces incipientes y ahora legendarias, como la francesa Bugatti, las italianas Maserati y Alfa Romeo, o la alemana Mercedes-Benz comenzaban a despuntar en un continente donde hacían furor los «Grand Prix» que inspiraron al entonces alcalde donostiarra, Felipe Azcona, para organizar en julio de 1923 la Gran Semana Automovilista de carreras como complemento de la II Feria de Muestras de San Sebastián.

El circuito

Según recuerda el escritor Ángel Elberdin en su libro «Circuito de Lasarte. Memorias de una pasión», el afamado periodista francés Charles Faroux fue el encargado de diseñar un recorrido urbano de 17,815 kilómetros que discurría por carreteras de Lasarte, Oria, Andoain, Urnieta, Hernani, Oriamendi y Recalde, cuya buena conservación auguraba «velocidades fantásticas» con medias superiores a los cien kilómetros por hora.

El interés en el proyecto del mismísimo rey Alfonso XIII, gran amante de los automóviles, junto al atractivo de los nombres de «carreristas» como Albert Guyot o Jean Haimovicci, contribuyeron al éxito deportivo y de público sin precedentes de esta primera edición, de la que ahora se cumplen cien años, cuyo eco internacional puso en órbita a la Bella Easo que logró así su objetivo principal de ampliar su temporada estival.

Convertida en un verdadero foco de atracción turística gracias a los veraneos de la Casa Real, junto a los principales figuras de la corte y numerosas personalidades extranjeras, a partir de 1924 la ciudad cedió el protagonismo de las carreras al Real Automóvil Club de Guipúzcoa -germen del actual y también centenario Real Automóvil Club Vasco-Navarro (RACVN)- que se encargó desde entonces de organizar los grandes premios del circuito.

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Circuito de Lasarte en 1923, imagen de Pascual Marín en la Kutxateka.

Belle epoque

La «pequeña París» vivió así una nueva «Belle epoque» automovilística en la que, en dos etapas diferentes separadas por un impasse de dos años (1931 y 1932) por la proclamación de la República, su circuito urbano se codeó hasta 1935 (la Guerra Civil comenzó en 1936) con los más selectos del continente.

Unos «maravillosos años» en los que las carreras de bólidos hicieron las delicias de locales, foráneos y turistas que acudían por miles a Lasarte, ávidos de olor a combustible y ruido de motor, para presenciar las gestas de los más renombrados pilotos internacionales, varios de los cuales perdieron la vida en el circuito.

Además de vanguardista en su tiempo, el circuito de Lasarte fue también pionero en el ámbito de la igualdad, con la participación de «ases» femeninos del volante como la pionera gala Jeannine Jenky, quien en 1928 pilotó en San Sebastián tras haber triunfado en las IV horas de Borgoña, o la también francesa Anne-Cecile Rose-Itier, ambas a los mandos de sendos Bugattis.

Las evoluciones de las más avanzadas máquinas de marcas como Auto Union (luego Audi), Talbot, Peugeot y Lancia llenaron titulares en la prensa internacional, si bien en los primeros años veinte, durante la primera etapa del circuito, el protagonismo fue acaparado por las escuderías francesas.

Pilotos estrella

«Especialmente Bugatti pero también tuvo mucho peso Delage que fueron las dos casas que dominaron las carreras» con «duelos constantes» entre sus pilotos estrella como Bartolomeo Constantini, Louis Chiron y Robert Benoist, explica Ángel Elberdin en declaraciones a EFE.

El dominio galo pasó a finales de los años 20 a manos italianas que, con Maseratti y Alfa Romeo como máximos exponentes -recuerda Elberdin-, se pasearon por los circuitos europeos, si bien en los últimos años de Lasarte las escuderías alemanas Mercedes-Benz y Auto Union fueron las que se impusieron, con grandes pilotos como Rudolf Caracciola y Luigi Fagioli, ya en el ocaso de un circuito que en el año 1926 había llegado a albergar la cuarta edición de Gran Premio de Europa.

Una época a la que el actual presidente del RACVN, Pedro Martínez de Artola, mira cien años después con la añoranza de quien cree que, de haber logrado continuidad, «aquello podría haber tenido una trascendencia muy grande a nivel mundial» para Gipuzkoa, donde comenzaba a perfilarse un «polo» del automóvil internacional que lamentablemente «quedó cortado» porque al término de la Guerra Civil existían ya «otras prioridades».

Gestas automovilísticas

Aunque aquellas antiguas gestas automovilistas sólo permanecen ya en el recuerdo, parte de su glamouroso espíritu sigue vivo hoy en día en el «San Sebastián Circuit Spirit».

De la mano de los nostálgicos José Luis Vélez y Agustín García, esta iniciativa recupera desde hace seis años la historia del circuito de Lasarte con un recorrido de coches antiguos que recrea la histórica caravana que recorrió gran parte de Gipuzkoa como colofón a la Semana Automovilista de San Sebastián en 1923.

Testigo mudo de aquellas viejas glorias, la enorme copa de plata donada por el representante general de Cadillac para el circuito de Lasarte y que ninguno de los ganadores logró adjudicarse en propiedad (eran necesarias dos victorias seguidas o tres alternas) descansa hoy en las instalaciones donostiarras del RACVN, quien sabe si a la espera de tiempos mejores.


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