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Cultura

La Navidad que heredamos de nuestros ancestros

DonostTik charla con Aitor Ventureira para rescatar de entre el turrón y los anuncios el meollo de las costumbres que nos acompañan desde tiempos ancestrales. Rituales que cambian... pero no tanto

Olentzero y Mari Domingi saludando el 24 de diciembre de 2022 desde el caserío Katxola de Aiete. Foto: Santiago Farizano

Olentzero, los colores rojo y verde, la letra de los villancicos, los abetos, los rituales propios de estas fechas. Navidad es una muy buena ocasión para charlar con Aitor Ventureira, gran conocedor de la cultura vasca, y rescatar de entre el turrón y los anuncios el meollo de las costumbres que nos acompañan desde tiempos ancestrales. Rituales que cambian… pero no tanto. 

Ventureira parte del inicio, contando que el solsticio de invierno se celebraba como fiesta pagana ya en la antigüedad. «Es el momento en que se ve despertar la naturaleza poco a poco y los días, despacio, empiezan a ser más largos. Traducido a hace mil años, la luz comienza a ganar a la oscuridad, los árboles empiezan a dar sus frutos. Y siempre se han hecho rituales para acompañar a la naturaleza». 

No en vano se situó el nacimiento de Jesucristo en esta fecha, el 25 de diciembre. «Ya dice la Biblia que Cristo es la luz que vence a las tinieblas, y su nacimiento es justo cuando empieza a ocurrir eso».

El solsticio era entendido como un ciclo, no como una fecha concreta, así que los rituales se alargaban, explica Ventureira. En particular los de invierno comenzaban en noviembre, cerca de nuestra festividad de Todos los Santos, y se alargaban hasta la Cuaresma.

«Estaban presentes el despertar de la naturaleza dormida, que ya hemos citado, la fertilidad y el fuego como elemento renovador. El fuego es la representación del sol en la tierra, energía, luz, calor. El fuego renueva las energías gastadas», ilustra Ventureira.

Olentzero… y el fuego

‘Entroncado’ con el fuego hay un elemento navideño que se repetía en las culturas europeas: el tronco de Navidad. «Se elegía un tronco en el monte y durante un tiempo la mujer de la casa iba y le explicaba por qué había que cortarlo. Después se cortaba, se bajaba a la casa y era recibido con una auténtica celebración. El tronco ardía en las fechas señaladas… se apagaba por la noche y se encendía de día. Lo que quedaba se reservaba y se les hacía pasar por encima a los animales, a la vez que la ceniza se esparcía por los campos. Y los restos se volvían a prender cuando llegaba una tormenta, por ejemplo. Era un elemento de protección».

Entre los muchos nombres que se le daban al tronco en distintas culturas, hay uno bien conocido en Euskal Herria: Olentzero. «Olentzero es una personificación de ese tronco y por eso el personaje está muy vinculado con el fuego: es un carbonero con los ojos rojos. De hecho en algunos lugares se le quemaba para despedir a las viejas energías». 

Comenta Ventureira que hay versiones en que Olentzero es muy bueno, ayudaba para que no faltara el pan en los caseríos, por ejemplo. Pero en los textos de los villancicos se le tilda de cabezón, borracho, tripudo… «En Elduain se decía que cortaba el cuello a los niños. Esas ideas y esos textos nacieron con la cristianización. Contra el mito pagano, que era muy popular, solo se podía luchar convenciendo a la gente de que en realidad era negativo».

Verde y rojo, colores de la Navidad

De la antigüedad heredamos también las plantas que son típicas de estas fechas: el abeto, el acebo y el muérdago.

«Los pueblos nórdicos decoraban un roble con manzanas y velas encendidas, y cuenta la leyenda que apareció San Bonifacio y sustituyó esos robles paganos por el abeto, que apuntaba hacia Dios y tiene hoja perenne como representación de la vida eterna». 

Respecto a otra de las plantas, el acebo, aprovecha Ventureira para pedir que no se coja porque está en un claro retroceso. Se puede comprar en los viveros sin hacer daño al bosque. Y continúa: «tanto el acebo como el muérdago son elementos de fertilidad. Cuando el bosque está dormido el acebo está rojo y verde. Y esas energías que habitan en la naturaleza están en el interior de ese árbol que yo me llevo a casa para que me acompañen. No es casualidad que el verde y el rojo sean los colores de la Navidad», explicó Ventureira.

Según parece tampoco es casualidad que en las películas americanas veamos que las parejas se besan bajo el muérdago colocado en el marco de la puerta. «Es una tradición que viene de Irlanda, antiquísima, y se refiere a la fertilidad».

Aitor Ventureira es un experto en mitología y cultura vasca y es coautor de la obra Rutas Mitológicas Vascas editada por Txalaparta y coautor de ‘Los árboles nos cuentan su historia’. Tiene un blog en DonostiTik y está al frente, junto a Gabriel Negrín ‘Gabi’ de la asociación cultural Hojarasca, que organiza salidas al bosque. 


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