Durante 2022 han pasado por Donostia artistas tan dispares y conocidos por el gran público como Iggy Pop, Patti Smith, Melendi, Simple Minds, Wilco, Serrat, Ariel Rot y Kiko Veneno, La M.O.D.A, Amaral, Lola Índigo… No está nada mal. Es verdad que la mayoría de estos grupos y solistas consagrados solo han acudido a la llamada de grandes eventos (Jazzaldia, Aste Nagusia, Donostia Festibala), pero la realidad actual de la industria no tiene nada que ver con la de hace una o dos décadas. Las giras por salas no pasan por su mejor momento; en parte por la competencia de los festivales, donde se pagan cachés inflados y el público acude en masa para darse un gran atracón.
Los grupos alternativos de rock se están encontrando con situaciones inimaginables hace unos años. El periodista Nando Cruz contaba en septiembre cómo a Mudhoney, supervivientes del grunge de los 90, la sala Razzmatazz de Barcelona le obligaba a abonar un 20% del porcentaje de la venta de camisetas y discos de su concierto. “El merchandising nos pertenece a nosotros. Para ser viable económicamente, un grupo necesita vender camisetas porque con lo que se gana por tocar no hay suficiente”, resolvió la banda de Seattle.
Al mainstream parece que no le sale a cuenta tocar en Donostia. Joaquín Sabina ofreció un concierto en Illunbe en 2018, pero la gira Contra Todo Pronóstico del cantautor jienense no tiene pensado recalar en nuestra ciudad en 2023. Sí lo hará en Barakaldo, en el Bilbao Exhibition Centre (BEC), con un aforo superior a 10.000 espectadores, y donde ya han estado este año Rosalía y C. Tangana. El velódromo Antonio Elorza tiene una capacidad máxima de 5.500 personas; una cifra considerable que, no obstante, se quedaría corta para determinados artistas.
Iñigo Argomániz, responsable de la promotora Get In, reconocía el otro día en El Diario Vasco que para contar con estos primeros espadas del pop “Donostia necesita una infraestructura cómoda, moderna y amplia” de la que actualmente carece. Este es un debate manido, seguramente con poco recorrido a estas alturas. Para empezar, el añorado triángulo rock que se formó en los 80 y 90 entre Barcelona, Donostia y Madrid es historia; se produjo antes del boom de los festivales que han asolado la península de una punta a otra. La cabeza visible de Get In mira con envidia a nuestros vecinos. Y pone como ejemplo el BEC o el Navarra Arena de Pamplona, donde en ambos casos se suelen celebrar conciertos multitudinarios, algunos de ellos organizados por la propia empresa donostiarra.
El BEC es gigante y está diseñado como un espacio multiusos. “Su enorme flexibilidad permite formular múltiples configuraciones y su acústica inmejorable hace que las actuaciones exigentes brillen aún más”. En su página web sacan pecho de una calidad y nitidez sonora elevada; cualquiera que haya estado en un concierto en el principal recinto ferial vasco sabe que la realidad dista, y mucho, de esta descripción. Inaugurado a bombo y platillo en 2004, arroja unas pérdidas siderales que repercuten en el bolsillo de los ciudadanos. Según eldiario.es, el BEC arrastra un agujero de “más de 800 millones de euros” de dinero público.
El Navarra Arena de Pamplona es otro de esos edificios “polivalentes” que se amoldaría “a diferentes aforos”. También rebasa la barrera de las 10.000 personas, la cifra mágica que marca la diferencia entre organizar estos eventos o no. De aquí a finales de año, el Navarra Arena tiene previsto acoger el concierto de Rigoberta Bandini, el campeonato absoluto de bertsolaris y un campeonato de taekwondo, en una muestra representativa de su heterogénea oferta. La infraestructura se empezó a levantar como un “viejo y anhelado deseo” de la alcaldesa Yolanda Barcina en 2009. Su presupuesto ascendía a 60 millones de euros, se terminó de construir en 2013. Sin embargo, el moderno recinto multiusos estuvo años cerrado porque no sabían qué hacer con él. En 2015, El País tituló: “¿Y ahora qué hacemos con este pabellón de 60 millones?”. El tiempo que estuvo cerrado, su mantenimiento y vigilancia acarreaba un gasto de 250.000 euros anuales.
Pamplona y Bilbao se encuentran a 100 kilómetros de Donostia, una hora en coche. No es mucho tiempo. El recinto Ferial de Gipuzkoa, Ficoba, en Irun, está aún más cerca y el topo se detiene a unos pasos del edificio. Sus instalaciones (tres pabellones, el auditorio, salas, un vestíbulo polivalente) ocupan un espacio de 70.000 metros cuadrados, lo que equivale el tamaño de siete campos de fútbol. Abierto en 2003, el edificio costó 23 millones de euros y se ha descrito como «una historia de éxito que se ha ido fraguando con el paso del tiempo».
Los responsables del patronato de la Fundación Ficoba aseguran que el edificio “no tiene deudas”. Allí tienen lugar conciertos y festivales de pequeño y mediano tamaño. Ficoba, no obstante, se enfrenta a un escollo de difícil arreglo que se repite sistemáticamente en estos pabellones de techos altísimos: la acústica es deficiente y puede llegar a arruinar un buen concierto. ¿Un BEC bis en San Sebastián? Ya lo dijo Marco Vitruvio durante la expansión del imperio romano hace más de 2.000 años: la arquitectura debe descansar sobre los principios básicos de la belleza, la firmeza y la utilidad.
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